Aunque pueda parecer extraño para el lector, algo tan actual como las energías renovables fueron la causa de que, hace más de cien años, la prensa tecnológica especializada centrara su atención en nuestra ciudad. La revista Madrid científico afirmaba, en 1906, en un artículo que podía haber sido escrito ayer mismo, que las formas de energía utilizadas ya no bastaban para las necesidades de la humanidad, y que existían fuentes de energía como las mareas del océano y la radiación solar de las que el hombre debía sacar recursos inagotables.

Precisamente la luz del sol fue la inspiración del científico y coronel de Artillería Isidoro Cabanyes (1843-1915) para llevar a cabo uno de sus muchos inventos, ya que entre otros ingenios suyos figuró una pila eléctrica, un tranvía de aire comprimido e incluso un submarino eléctrico que compitió con el de nuestro paisano Isaac Peral.

Fue en abril de 1903, ejerciendo de director del Parque de Artillería de Cartagena, cuando decidió construir el primer prototipo del que fue llamado el motor aéreo-solar. Su intención era provocar por la acción del calor solar corrientes de aire que aprovechadas y dirigidas constituían un caudal de energía que recogido y transformado por un motor se podía utilizar para fines prácticos.

Como mencioné al principio, diferentes medios de comunicación nacionales como el diario El Imparcial o la revista La Energía eléctrica se hicieron eco del nuevo artefacto, y realizaron descripciones del invento gracias a las cuales sabemos de qué materiales estaba hecho y cómo funcionaba.

La base, que tenía poca altura, era piramidal y estaba formada por un alambrado de hierro muy tupido y pintado de negro. La chimenea estaba compuesta por postes telegráficos empalmados y sus paredes eran también de alambrado y tapizadas de hierro embretado. Caldeada por el sol, en la superficie metálica del basamento se establecía una corriente de aire caliente proporcional a la altura de la chimenea y a la elevación de temperatura adquirida por el aire.

Esta corriente, cuya velocidad oscilaba entre cuatro y cinco metros por segundo según que la chimenea tuviera entre 18 y 28 metros de altura, orientada siempre de abajo a arriba, determinaba el funcionamiento de la rueda motora que se hallaba en actividad con el sol, con el viento o con ambos elementos combinados.

Una de las grandes ventajas que tenía este motor aéreo-solar era que no necesitaba apenas mantenimiento, tan solo requería ponerle unas gotas de aceite en los cojinetes cada quince días, teniendo en cuenta que funcionaba de ocho a doce horas diarias. La instalación, además, no tenía pantallas, ni caldera, ni máquina alguna, ni válvulas, muelles ni engranajes, únicamente la rueda de alas que mencioné anteriormente.

Pese a todo el esfuerzo del señor Cabanyes, su invento cayó en el olvido y no fue hasta hace unas pocas décadas cuando sus técnicas se pusieron en práctica de nuevo. Prueba de ello es la publicación hace cuatro años por parte de los ministerios de Economía y Competitividad y Defensa de un monográfico titulado Isidoro Cabanyes y las torres solares, cuya lectura recomiendo para quien quiera saber más de un invento que situó a nuestra ciudad a la vanguardia de la tecnología.