¡Por fin lo entiendo! Hace algunos meses, Cartagena se transformó en el escenario del rodaje de una nueva entrega de la saga de Terminator. En concreto, rodaron varias escenas de la que será la sexta entrega y ocuparon unos desérticos terrenos situados junto al polígono industrial Cabezo Beaza. Lo primero que me sorprendió es que esta historia sobre el dominio de los androides sobre los humanos contara ya con seis largometrajes, porque creo que yo me quedé por el tercero y, desde luego, se me han escapado la cuarta y la quinta entrega.

Y también aluciné con que la superproducción norteamericana se fijara en nuestro municipio para grabar parte de la próxima película. ¡Por fin lo entiendo! Porque eso de contar con uno de los seis terrenos calificados como radiactivos por el Consejo de Seguridad Nuclear mola para plantear un escenario apocalíptico como el que reflejan Schwarzenegger y compañía. Y aunque ya sabíamos que los terrenos que ocupaban industrias como Potasas y Española del Zinc estaban contaminados, no está mal que nos lo recuerden y que nos metan el susto en el cuerpo con eso de la radiactividad, que suena a catástrofe nuclear, como las de Chernobyl o Fukushima. Es para acongojarse. Menos mal que desde el Ayuntamiento se han apresurado a anunciar que vallarán esta superficie cuanto antes para, seguidamente, pasarle la pelota a la Comunidad, por aquello de que son administraciones de bandos contrarios, al asegurar que para ello necesitan el permiso de la consejería de Medio Ambiente. Lo que no han aclarado es si el vallado contará con la señal calavérica que indica peligro de muerte o si las dotarán de concertinas como las de los muros de Melilla, no vaya a ser que a algún insensato se le ocurra saltar al otro lado. Porque digo yo que si los vallan, algo de peligro tendrán los terrenos, por mucho que se empeñen en remarcar lo contrario.

Desde luego, si yo fuera extrabajador de Zinsa o de Potasas no estaría del todo tranquilo.

Lo que empieza a ser apocalíptico para Cartagena es el menosprecio que lleva a ubicar el complejo industrial de Repsol en Murcia en el cartel anunciador de un evento empresarial de gran categoría, mientras que para situar la radiactividad debe ser que tiran del GPS de Google Maps y la sitúan perfectamente en nuestra querida Cartagena. Por no hablar de que hasta el Gran Wyoming se permite hacer sorna sobre los terrenos contaminados de nuestra ciudad, pronunciando su nombre con todas sus letras. Vale que no hay que promover comportamientos exaltados, pero algo huele mal cuando noticias sobre macabros sucesos ocurridos en nuestro municipio o que no suponen ningún atractivo turístico no se olvidan de nuestro nombre, que sí se obvia en favor de Murcia más de lo que sería deseable cuando la actualidad es más agradable.

Esperemos que los ocho meses que le quedan al Gobierno de superconcejales de Castejón, cuya remodelación sirve para recobrar nuevos bríos, sean tiempo suficiente para colocar la marca Cartagena donde nos merecemos los cartageneros, para que nadie nos infravalore ni nos menosprecie. Y ojalá la solución pasara porque nuestros taxistas tengan una parada en un aeropuerto en el que lo único que ha volado hasta ahora es algún que otro pájaro. Y si a nuestra alcaldesa le faltan manos, dada la escasez de concejales que padece, siempre podemos recurrir a los androides de Terminator, reprogramarlos y dejar el futuro de nuestra ciudad en sus manos. ¿Quién sabe? Igual hasta nos iría mejor. Porque no me negarán que las máquinas, como la que tienen entre las manos, en el bolsillo de su pantalón o en su bolso van ganando cada vez más terreno en nuestras vidas y nos son de tanta ayuda que hasta nos hemos vuelto dependientes de ellas. Eso sí, corremos el riesgo de caer en la deshumanización más absoluta, si dejamos que gestos como sacar el smartphone en una cena familiar o entre amigos sean cada vez más habituales. Eso sí que es un peligro, porque estaremos cada vez más en la nube, si no pisamos fuerte el suelo, aunque nuestra tierra, la de aquí al lado esté cada vez más contaminada.