Estoy llorando tu muerte con una intensidad incontenible. Solo alivia mi dolor el hecho de que pudiera despedirme de ti en el hospital antes de mi viaje.

A mi regreso, estoy leyendo los cariñosos artículos que los amigos te han escrito en este periódico, y el de Enrique Nieto, en particular, me ha trasladado a nuestros primeros años, cuando éramos inseparables, cuando descubrimos juntos la adolescencia y tú venías a casa de mis padres en invierno y yo pasaba largos veranos en la casa de los tuyos en Los Urrutias. Teníamos trece o catorce años y aún me acuerdo de acompañarte a un escenario para verte cantar.

En el Hispania nos encontrarnos con un joven profesor, Enrique, que nos trasmitió el amor por la cultura y el arte. Recuerdo nuestros papeles en la obra de teatro para Navidad en el colegio. Tú representabas a Zampabollos, el personaje más listo, bueno y resolutivo, y yo era el que te acompañaba siempre en las travesuras escénicas. Tras nuestro paso por aquel recordado centro, fuimos a estudiar juntos la carrera de Magisterio a Murcia. Tú ya tenías el gusanillo por la música y yo me enrolé en la compañía de teatro que dirigía Pedro Adán, a quien también perdimos hace poco.

Tu pub Arlequín formó parte de la historia de Cartagena. Recuerdo que fue mi padre, que te quería como a un hijo, el que realizó los trabajos de carpintería en ese local. Allí teníamos las reuniones los culturetas de entonces. Punto de reunión imprescindible para todo aquel que vivía en Cartagena o estaba de paso y se afanaba para que la democracia se asentara en nuestro país. ¿Recuerdas las tertulias con Albert Boadella? Yo no puedo dejar de recordar a Génesis y a Ginés Jorquera, a quienes tuve y tengo la suerte de seguir tratando desde entonces.

Nuestras vidas inquietas nos llevaron por distintos caminos: tú te fuiste a Barcelona y yo, más tarde, a Valencia. Colaboramos juntos en los inicios del Festival, cuyo logotipo realizó Charris, y siempre estuve orgulloso de ti por colocar el nombre de Cartagena en el mapa de los festivales internacionales más importantes del mundo. Te admiré siempre y quiero que sepas que, cuando el festival logró estar en lo más alto, me mantuve en un segundo plano, porque ya sabes que nunca hago negocios con mis amigos ni acepto prebendas de los políticos.

Pero mi dolor se convierte en rabia en estos momentos (nunca fui Zampabollos) y no quiero dejar pasar por alto lo mal que te trató la anterior corporación municipal con su alcalde a la cabeza. Esos que nunca pondrán el nombre de Cartagena ni siquiera en tu escalón más bajo. El que te destituyó de la dirección del festival, el que ensució tu nombre dejando caer la sospecha de la corrupción sobre ti y tu equipo. Los que criticaban tus viajes a los países invitados del festival… ¿Recuerdas aquella página web de Movimiento Ciudadano en la que en su chat, gente anónima nos tildaba de maricones por apoyar la peatonalización de la ciudad?

Tu depresión, por todo este asunto, hizo que te visitara a menudo desde Madrid a tu casa de la calle del Carmen. Sentí profundamente tu sufrimiento, que se hizo más intenso cuando intentaron suspenderte de empleo y sueldo, como funcionario, por no fichar a las 8.30 de la mañana en tu despacho, sin considerar las infinitas horas extras que dedicabas a los distintos festivales que dirigías. Nuestra gran amistad hizo que me mostraras todos los papeles oficiales de la Concejalía de Cultura en los que te citaban para un juicio de carácter interno. En esos papeles aparecían las firmas de otros funcionarios, de nuestra generación, que conocían todo tu pasado y, a pesar de ello, contribuyeron a tu linchamiento que, afortunadamente, quedó en nada. La maquinaria de la Cartagena más cainita se engrasó para destruir todo tu éxito. No te admiraron ni te quisieron, Paquito, te envidiaron siempre.

Es verdad que nunca tuviste una palabra en contra de ellos y, aunque te hicieron sufrir despiadadamente, te mostraste sereno, quizá por la medicación, o porque siempre fuiste aquel Zampabollos inteligente, buena persona y de buen carácter.

Dicen que después de un sufrimiento profundo aparecen o se aceleran enfermedades que podrían estar latentes en nosotros.

Cuando te visité en el hospital me di cuenta de lo afortunado que eras. Aparte de las atenciones del protocolo sanitario y de tus queridísimas hermanas y hermano, tenías un ‘enfermero jefe’, Juan Carlos, también a Luis y algunos ‘enfermeros becarios’, como Eugenio. Amigos que te querían y te quieren, que te cuidaban como nuestra querida María lo hizo en su momento. Un ejército de ángeles blancos que te mimaron hasta el último suspiro.

Te escribo esta carta escuchando una de tus canciones favoritas, titulada Until e interpretada por Cassandra Wilson. Hace unos meses me la sugeriste, junto con otras, para poder escucharlas en el iPad mientras doy largos paseos con mi perro por el parque de El Retiro madrileño. Ahora no paran de sonar y de consolarme en estos momentos tan difíciles.

Cuánto me queda por aprender de ti y nunca te perdonaré que te hayas ido tan pronto, dejándome un poco más huérfano de lo que ya estoy.

Descansa en paz.