Dos circunstancias determinan el contenido de la historia de hoy. La primera, la presentación el próximo jueves de la interesantísima novela que, basada en la vida de Miguel Zapata el ´Tío Lobo´, ha escrito mi amigo el periodista Juan Ramón Lucas; y la segunda, el hecho de que el próximo 16 de julio se cumplan cien años del fallecimiento de un personaje único e irrepetible.

Nuestro protagonista nació en San Javier en 1841 y, aunque sus primeros negocios tuvieron relación con la ganadería, finalmente fue la industria minera la que le hizo convertirse en dueño de una gran fortuna que, desgraciadamente, como veremos más adelante, no le acompañó en lo personal. Casado en 1862 con Juana Hernández, Zapata no tardó tiempo en aprender a buscar las buenas vetas donde los minerales afloraban y los esforzados mineros en unas penosas condiciones de trabajo conseguían extraerlo para su posterior fundición.

Afincado en Portmán, esta población sufrió una evolución muy grande al ver cómo su bahía se llenaba de muelles para embarcar el mineral, que gracias a Zapata acabaría siendo transportado desde las minas a los embarcaderos a través de un cable aéreo, un claro avance tecnológico. Todo ello se complementó con una flota propia de barcos capaz de hacer llegar el mineral a sus clientes repartidos por toda Europa, un negocio que le convertiría en una de las personas más ricas de España.

El año 1892 marcó un antes y un después en la vida empresarial de Zapata, pues traspasó los poderes sobre sus negocios fabriles, mineros y comerciales a su yerno José Maestre Pérez, médico de profesión que casaría sucesivamente con las dos hijas de Zapata y que llegaría a ser ministro en dos ocasiones con Antonio Maura.

Me imagino la cara de sorpresa del lector al leer que se casó sucesivamente con las dos hijas, ello fue porque primero lo hizo con Visitación y al fallecer esta contrajo matrimonio con Obdulia. Para su desgracia, antes de que finalizara el siglo XIX sufrió la muerte de sus hijos Joaquín y Trinidad, y comenzada la siguiente centuria la de la citada Visitación, la de su mujer y la de su hijo Miguel, que había emparentado con la aristocracia al casarse con Concepción Echeverría, marquesa de Villalba de los Llanos.

Una vida trágica en lo familiar que haría que su forma de ser se volviera tremendamente arisca extendiendo más si cabe su fama de persona sin escrúpulos y explotadora de la masa obrera. A todo ello hay que añadir una enfermedad conocida popularmente como ´fuego´, por la que le salían ronchas en la piel que debían ser curadas con frecuencia.

Imposible dejar de mencionar la mansión que Zapata poseía en Portmán, que el arquitecto Víctor Beltrí reconstruyó en 1913 y que esperamos ver restaurada en un futuro no muy lejano dada su condición de Bien de Interés Cultural, o la que el mismo arquitecto diseñó para su hijo Miguel en la plaza de España y que actualmente ocupa el colegio de las Carmelitas.

Y termino la última historia de esta temporada con las palabras que el periódico local La Tierra le dedicaba al día siguiente de su fallecimiento y que decían así: «No hay que decir el rico minero, el incansable industrial, el hombre habilísimo en negocios, porque con ser todo ello no está en ello la característica personal del fallecido; porque D. Miguel Zapata era D. Miguel Zapata. Venir a la sierra minera como tantos otros obreros campesinos a trabajar, y trabajar en la sierra hasta el punto casi de hacerse dueño de ella, es un milagro de perspicacia, de habilidad, de tesón de actividad que no lo ven todas las generaciones».