El 1 de enero de 1917, el Superior de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, el padre Luis Massana, presentaba una instancia al Ayuntamiento de Cartagena. En ella afirmaba que iba a publicar un boletín mensual bajo su responsabilidad y adjuntaba el primer ejemplar de dicha publicación, algo que por otro lado le exigía la Ley de Imprenta vigente en aquellos momentos.

Apenas una semana después, el diario local El Eco de Cartagena decía haber recibido el primer ejemplar de ese boletín, que afirmaba que era órgano de la Archicofradía del Inmaculado Corazón de María. Un boletín que en su primera página, en palabras del citado padre Massana, «pretendía extender cada día más la influencia benéfica de la Archicofradía entre los habitantes de la ciudad y combatir los males que dificultan el progreso del catolicismo en la ciudad».

En realidad, se trataba de informar de todas las diferentes obras y actividades que los Padres Misioneros realizaban en la Iglesia de la Asunción, antigua Catedral del Obispado de Cartagena. Entre estas figuraban una Biblioteca Popular, una Escolanía de doce niños cantores, la Adoración Nocturna y una catequesis para niños y niñas de la ciudad.

De esta última actividad hay que contar que todos los días festivos de diez, a once y media de la mañana, más de cuatrocientos niños acudían a prepararse para la Primera Comunión. Se dividían en grupos y al frente de cada uno había una catequista y su auxiliar o suplente y los pequeños llevaban como distintivo una medalla del Niño Jesús con una cinta encarnada.

Pero lo más llamativo para quien esto escribe y espero que también lo sea para el lector es el dibujo de la cabecera del boletín que ilustra la historia, en el que destacan las dos fachadas principales de la Catedral Antigua, y que nos trasmite lo orgullosos que estaban los Padres Misioneros del edificio que los acogía, un edificio que cuidaban con mimo y que restauraron y embellecieron a principios del siglo XX siguiendo las directrices del arquitecto Víctor Beltrí, el mismo que en 1913 diseñaría la puerta de estilo neogótico que da a la plaza de la Condesa Peralta.

Y aquí me gustaría recordar las palabras que el Superior de los Misioneros utilizó al solicitar permiso para dicha puerta; decía textualmente que su intención era «facilitar el acceso a este monumento histórico (Catedral Antigua)». Un concepto este de monumento histórico que tuvieron y siguen teniendo claro todos los cartageneros que a lo largo de las últimas décadas defendieron y siguen defendiendo la restauración de este templo.

A todos ellos, con la publicación de este artículo, se une este cartagenero de a pie que debe recordar que desde 1939 han sido muchos los proyectos y noticias que han hecho soñar a varias generaciones con la recuperación de la que siempre será nuestra Catedral Antigua, y que cree que ha llegado el momento de que alguno de estos proyectos se haga realidad, pues nuestra ciudad y su historia se lo merecen.