Carlos Rodríguez siempre ha sabido trabajar con las manos. Los muebles de su casa, los revestimientos de las ventanas, los suelos de madera, todo lo ha colocado él mismo. Tiene conocimientos en carpintería y escultura, y son campos en los que se desenvuelve con soltura. Pero hasta ahora no había asumido un reto como este: construir un coche, pieza por pieza, en su propio garaje, y ser capaz de circular con él.

Esta ilusión empezó hace 8 años, cuando se planteó hacer algo relacionado con automóviles, pero aún no estaba muy seguro de qué. «Dudaba entre hacer un ´kit car´, un coche fabricado a partir de piezas homologadas, o reconstruir un coche antiguo. En realidad no lograba decidirme, era más una ilusión que un proyecto que fuera a realizar de verdad», explica Carlos. Pero el momento decisivo fue su diagnóstico de meningitis a los 47 años: «Mientras me recuperaba de mi enfermedad me di cuenta de que la vida pasa muy rápido, y que si quería fabricar mi propio coche debía empezar ya».

Pero resultó más fácil decirlo que hacerlo: Carlos no tenía conocimientos sobre ninguno de los elementos necesarios para fabricar un coche. «Preguntaba a ingenieros eléctricos sobre qué usar para las baterías y ellos no me sabían contestar. Los que hacemos cosas de este tipo solemos estar especializados en sólo una cosa y una vez que nos sacas de ahí, sólo tenemos conocimientos rudimentarios», reconoce. «Cada cosa que tiene ahora el coche la tuve que hacer por lo menos tres veces. Si algo me ha enseñado esta experiencia, es el valor de aprender de tus propios errores».

Primero tuvo que escoger entre si crearía un coche de gasolina o eléctrico, pero al final se decantó por el segundo porque resultaba «más ecológico y barato a largo plazo». Para crear la batería del coche, Carlos se inspiró en las de los vehículos Tesla, los coches eléctricos más avanzados del mercado. «Soy muy perfeccionista y si hago algo quiero hacerlo lo mejor posible. Parecía un loco mirando faros o espejos retrovisores de los coches en la calle para ver cuál de ellos se ajustaba mejor al mío», admite. «Todos los elementos del coche los fabriqué por lo menos tres o cuatro veces. Nada de lo que forma parte actualmente del coche lo hice una sola vez. Incluso hay elementos con los que no estaba muy conforme pero los dejé porque no podía repetirlos otra vez».

Carlos piensa que aunque desde el principio quiso realizar este proyecto solo, ha sido el apoyo de sus familiares y allegados el que le ha impulsado a terminar su coche. «Cuando llevaba unos tres años con el proyecto, levantarme era una pesadilla, pensaba que no lo iba a terminar nunca. Rendirme no era una opción, porque había invertido demasiado tiempo y dinero, pero no me veía capaz de acabarlo y hacerlo funcionar. Pero he de reconocer que ellos creyeron más en mí de lo que yo creía en mí mismo, y finalmente lo completé gracias a su apoyo y motivación», afirma con orgullo.

La aventura del coche de Carlos no acaba aquí. Su próximo paso es fabricarlo en serie, aunque primero necesita homologar el original: «Ahora sólo puedo circular con él en territorios de pruebas con una placa roja, pero quiero homologarlo. Para fabricarlo en serie primero tendría que hacer pruebas con dos o tres, y eso implicaría destruirlos. No creo que esté preparado aún para hacer eso», confiesa.

Carlos apenas puede circular en su coche, por las limitaciones de un vehículo sin homologar, pero para él ya es un símbolo de lo que puede suponer la constancia, una muestra de lo que puede hacer. Un camino que, para él, no ha hecho sino empezar.

La estructura del coche está fabricada con fibra de vidrio y acero. F. G. P.