Tenemos claro que la matanza de Navidad con aquel cerdo de protagonista engordado desde enero cerca de los corrales del patio era otra cosa. Las cochineras tenían una sola puerta y abrían siempre hacia afuera, a la vista, estaba claro quién entraba y quién salía, que casa con dos puertas siempre fue difícil de guardar. En todo caso si no abrieran hacia afuera quién sería capaz de desplazar a aquel animal fibroso y de carne bien conseguida durante un largo año de mimo y buen alimento para dejarnos entrar.

Ahora no aguantamos ni cuatro meses para convertirlo en morcilla, todo es prisa, todo es precio y el decreto de industrializar nos ha ganado, nos hemos dejado vencer porque sólo nosotros elegimos, sólo nosotros aprobamos el modelo y lo afianzamos cada vez que vamos al supermercado y vaciamos vorazmente las estanterías a ese feliz precio y envase que nos compensa y nos satisface. Las necesidades no se crean, no se pueden inventar, existen previamente y las empresas sólo tienen que encontrar el modelo para satisfacer a los consumidores y justo eso es lo que hacen, es su parte de la nómina, de otro modo no existirían, por tanto no hay duda de que ellas producen exactamente lo que nosotros necesitamos, lo que les ordenamos, lo que aprobamos y premiamos con nuestra compra y con nuestro consumo. No culpemos a nadie de lo que pasa. Al final somos los jefes en el mercado, los que mandamos, nada es sin nosotros y eso opera igual para un programa de televisión que para una empresa cárnica. Si alguien quiere romper techos de audiencia, qué mejor que presentar una colección de animales medio moribundos y dejar veladamente entrever que pueden acabar dentro de nuestro bocadillo. Es verdad que nos habría gustado ver a todos los actores en esa escena, defendiéndose, o al menos explicando lo que han explicado después, pero las amenazas del modelo de comunicación sensacionalista que también elegimos y premiamos como consumidores no puede siempre hacer ceder a todo el mundo sobre su hoja de ruta, como otro de los modelos amenazantes que bien conocemos: si no me concedes la independencia me la tomo, si no me concedes tu cuerpo, te violo, si no accedes a mi solicitud de entrevista, lanzo sólo una parte de la información culpando a la otra parte de no haberse querido defender.

Ninguna duda que todo es más fácil para el golpeado si está en el ring, pero si no puede defenderse, aunque sea por haberlo elegido así, el combate se convierte simplemente en un desproporcionado abuso. Nadie en su sano juicio colaría goles en la portería contraria vacía si no fuera porque sabe que tiene un público tan tristemente fácil, que hasta sin portero aplaude el gol. Un despropósito. Así somos los que consumimos, da igual cerdo que televisión. La información tiene que ser fiel y la fidelidad la determina el conjunto de las acciones, no la acción sensacionalista extraída de su conjunto y de su modelo habitual.

Podemos hablar de las sandías cuadradas conseguidas con procesos químicos y transformación genética, del color asalmonado del salmón logrado dando de comer colorante a los peces o de la leche natural metida en brik que dura hasta seis meses y que es polvo diluido. La pregunta es si estamos dispuestos a pagar lo que queremos comer porque con lo que estamos dispuestos a pagar lo mismo comemos exactamente lo que merecemos y consumimos exactamente la televisión que nuestra entendedera es capaz de digerir, la que si no consigue la entrevista que pretende, revienta vísceras a doble zoom y a ver la próxima quién se atreve a no presentarse al partido, que en asuntos de cerdos todos somos ya muy expertos.