Defender la alegría, como una trinchera... Aquellos hermosos versos de Mario Benedetti que me gusta releer o escuchar de vez en cuando en la voz de nuestro catalán preferido... Es quizás nuestra única salvación y una de las pocas tareas que realmente nos pueden dar sentido. Y no es que a uno le guste repetirse, copiarse a sí mismo, ni andar por caminos trillados; no hay nada como la aventura de descubrir nuevas sendas, experimentar pintando nuevas cosas o escribir historias nuevas que te bullen dentro pero las vas dejando para mejor ocasión.

Pero hay cosas que, mientras no se resuelvan, tiene uno que seguir insistiendo en ellas cuando está en juego lo nuestro, nuestra historia, identidad, paisaje y, además, nuestro futuro; porque a mí me gusta hablar mucho del presente y del futuro que podemos construir si, además, nos miramos en el espejo de lo que somos y de dónde venimos.

Así que yo, erre que erre, a vueltas con el patrimonio rural. Más hartos estamos del monotema de Cataluña, así que nadie bien nacido puede hartarse de las preocupaciones que hemos de resolver con valentía y decisión y, sobre todo, de una vez por todas. De entre ellos, el patrimonio natural y el patrimonio cultural, son, sin duda, prioritarios si queremos salir de la barbarie y pasar de una vez del subdesarrollo de cortijo de señoritos a la modernidad europea que casi todos ansiamos.

Al final nos damos cuenta de que hemos perdido la oportunidad de aprovechar la época de las vacas gordas y que tenemos a nuestra Región y a nuestros municipios hechos unos zorros, con mucho trabajo por delante y pocos recursos. Los ciudadanos que algún día confiamos a ciegas en nuestros representantes políticos y nos dimos la vuelta para atender a lo nuestro y entretenernos con la tv, el fútbol, las escapadas a la sierra o las redes sociales, ahora nos damos cuenta de que nos han estado camelando y se lo han llevado a pajera abierta. La corrupción es una epidemia y muchos de los que se salvan de ella, sin embargo, no se escapan de la incompetencia. Total, que hace falta ya dar una vuelta a la tortilla porque estamos bien quemados.

Uno ya se harta de que le prometan un crece pelo y a este paso nos vamos a quedar calvos mucho antes de 'en cien años'. Hartos de que nos vendan la burra, una y otra vez, hartos de tantas ruedas o notas de prensa vendiendo la moto mientras todo continúa manga por hombro. Confieso que no me gusta nada la temporada electoral, con sus hipocresías, exageraciones, manipulaciones, codazos o directamente insultos al adversario. Menos aún me gusta que un año y medio antes ya nos quieran meter a la fuerza a ese regreso al futuro electoral y empiecen ya a hacer recopilación de pretendidos logros de gestión o a dar mamporros a diestro y siniestro. Ya lo he dicho, es hora de trabajar en la cocina, en el patio, en la terraza y en la calle, pero no de estar todo el día en el escaparate.

Los Amigos del Monasterio de San Ginés y la Liga Rural del Campo de Cartagena, como los vecinos del soterramiento o los defensores del Mar Menor, están dispuestos a retomar las movilizaciones porque aquí no hay esperanza que no cueste sudor y lágrimas. Esto es un calvario o una travesía por el desierto hasta la tierra prometida, con todas las penalidades incluidas. Al final pasará como con Moisés, que se quedó a las puertas mientras su pueblo entraba en la tierra anhelada, apartado por quienes luego llegan a ponerse las medallas y cortar las cintas en las inauguraciones.

Y los molinos de viento se siguen cayendo, incluso los que fueron restaurados hace unos años con fondos europeos. Y las ermitas del Monte Miral se siguen derrumbando y el Convento de San Ginés se demuele con nocturnidad y alevosía y se levanta nuevo con hormigón y ladrillo. Mientras, nos anuncian una y otra vez que nos van a arreglar dos árboles para que no veamos el bosque quemado.