Quien esto escribe no sabría decir con exactitud cuándo se empezó a jugar al billar en Cartagena pero sí que puede afirmar que a finales del siglo XVIII ya se practicaba este deporte. De 1798 era el documento que regulaba el arancel que debían cobrar en nuestra ciudad los dueños de las mesas públicas de Truco y Villar, las reglas que habían de observarse en el uso de dichas mesas y las penas que podían aplicarse a quien infringiera las normas.

Un Villar con ´v´, que así se escribía, y que con el tiempo se transformaría en una ´b´, en el que las apuestas estaban limitadas a un real de vellón y que tenía regulado el horario de juego. En invierno se podía jugar hasta las diez de la noche y en verano se ampliaba hasta las once, momento del cierre por parte del dueño de la mesa. Otro dato curioso era que en las Casas de Posada, donde había mesas, los dueños de estas no debían permitir comidas, cenas o meriendas, y tampoco que en sus habitaciones se jugara a los naipes o cartas. Por último, alertaba del cuidado que debían tener de evitar alborotos, disputas y altercados dando parte a la autoridad «en el caso de que la temeridad de algunas personas den lugar a ello».

Y damos el salto al siglo XIX, momento en el que se va a consolidar la práctica de este deporte, especialmente en las clases más adineradas y la burguesía. No era extraño que los grandes propietarios mineros dedicaran una de las estancias de sus grandes mansiones a la práctica del billar. Es el caso de Andrés Pedreño, propietario de la Casa Pedreño de Puerta de Murcia, del que gracias a una descripción realizada en 1895 sabemos que la sala de billar daba a la calle Jabonerías a través de dos grandes ventanales y estaba enlosada de mármol. Sociedades culturales y recreativas como el Círculo Ateneo o el Casino de Cartagena también disponían de sala de billar para sus socios. En el segundo de ellos, su sala de billar fue restaurada en 1888, se añadió una nueva mesa de carambola y el artesonado del techo se trajo expresamente de Barcelona.

Ya en el siglo XX era habitual la existencia de mesas de billar en los cafés y algunos como el Café Casal, en la década de los años treinta, organizaba campeonatos de una modalidad que era el billar ruso. Una modalidad a la que también jugaban niños como lo demuestra el hecho de que al campeón infantil de dichos campeonatos se le regalara un balón de reglamento.

Pero este breve repaso a la historia del billar en Cartagena no estaría completo si no citara aquellos salones de billares donde miles de cartageneros acudieron durante décadas a practicar este deporte tan entretenido. El Club Billares en la calle del Aire, el Tívoli en la plaza del Rey y Marfil en el Arco de la Caridad acogían mesas de billar, de ping pong, futbolines y máquinas electrónicas, aunque estas fueron las últimas en llegar con las pin-ball y los ´marcianitos´.

Más de un lector recordará el tic-tac del reloj contador que regulaba el tiempo de juego, sistema que luego se sustituyó por otro más sofisticado en el que había que introducir tres bolas para dar por terminada la partida y abonar el precio al dueño del local. Recuerdos y más recuerdos que se han hecho presentes a través de esta historia en la que hemos recorrido tres siglos de jugar a los billares y carambolas.