De todos los molinos que existieron dentro de la ciudad durante el tiempo que esta estuvo completamente amurallada sólo se han conservado restos de tres de ellos, básicamente la estructura de sus torres sin mecanismo alguno en su interior. Dos se encuentran en el cerro del Molinete, uno de los cuales por testimonios gráficos ya estaba allí en el siglo XVI, y el tercero en la ladera oeste del Monte Sacro, también conocido por Cantarranas.

De los miles de documentos que se conservan en el Archivo Municipal de Cartagena esperando ser leídos por algún investigador, uno de ellos nos va a proporcionar datos sobre una historia curiosa de esas que no suelen aparecer en libros de corte más formal.

En julio de 1858, una señora llamada Juana Tomás enviaba una instancia al Ayuntamiento de Cartagena y son interesantes los datos que aportaba en las primeras líneas de la misma. Afirmaba ser dueña del molino harinero de viento que existe en el Monte Sacro, molino que decía la remitente fue construido en 1808 por cuenta del Gobierno Central para que en esta plaza no faltase harina aun cuando se hallase sitiada por fuerzas enemigas. Llama la atención la corrección que hacía en dos años a la fecha dada por el que fuera cronista de la ciudad Federico Casal, quien en su libro sobre la historia de las calles de Cartagena lo fechaba en 1810.

Continuaba la señora afirmando que «desde tan remota época todos los propietarios que me han precedido en el dominio de dicho molino han disfrutado como yo de los aires en quieta y pacífica posesión sin que persona alguna haya pretendido privarlos, porque como se comprende, sin esfuerzo el molino no podría existir sin el elemento que lo alimenta».

Verdades como puños las citadas por doña Juana cuando se refería a ese elemento que no es otro que el viento, y del que se veía privada, pues un señor llamado Juan Bautista Gal, para su sorpresa, había empezado a construir una casa con piso alto. Ese inmueble en construcción le tapaba de forma irremisible el viento del Sureste que según ella era el que más constante reinaba en Cartagena durante la época del verano.

A pesar del inconveniente, ella quería pensar que había sido sin malicia o intención de perjudicarla, pero lo que no ocultaba era el daño incalculable que provocaba a sus intereses y derechos y a los de sus vecinos. Esto último lo decía porque si de nuevo se veían cercados por el enemigo el molino no podría cumplir su función primordial. No le faltaba razón, ya que poco más de una década antes, concretamente en 1844, según contaba también el citado cronista Casal, el molino había prestado grandes servicios al ser sitiada Cartagena por el general Roncali.

A la vista de lo expuesto, la señora Tomás pedía la suspensión inmediata de las obras y la prohibición de cualquiera otras que se pudieran realizar más adelante a la distancia del molino que señalase el arquitecto municipal.

Finalmente la instancia pasó a la Comisión de ornato y ésta decidió que el asunto del perjuicio no debía ser resuelto en sede municipal sino por los Tribunales de Justicia al ser una cuestión de derecho.

Lo cierto es que el uso harinero del molino desapareció durante la segunda mitad del siglo XIX, se utilizó durante gran parte del siglo XX como vivienda y ciento sesenta años después espera ser restaurado y puesto en valor.