El 10 de octubre de 1923 se presentaba en el Ayuntamiento de Cartagena una instancia cuyas primeras palabras decían lo siguiente: «Teniendo presente que es de trascendentales resultados cuanto se dirija a despertar en la infancia y a estimular en la juventud sentimientos de amor a la tradición, a la Historia y a la Raza, queremos rendir culto al pasado, evocando la memoria de un ilustre cartagenero, que ni el olvido ni el desdén, proverbiales en el alma española, pudieron borrar sus merecimientos y altísima representación social».

La instancia iba firmada, entre otros, por el historiador y catedrático Antonio Puig Campillo y el poeta Ginés de Arlés García.

El ilustre cartagenero era Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres, nacido en nuestra ciudad el 5 de julio de 1752, y la intención perseguida por los firmantes era colocar una lápida en la casa de la calle Medieras donde nació el protagonista de la historia de hoy.

Sería imposible condensar su extensa biografía en un artículo y, por ello, destacaré algunos de sus méritos más importantes que aparecían en dicho escrito entre los que figuraba el haber sido segundo oficial al mando de la escuadra española en Trafalgar, a los que hay que unir los cargos que ostentó, como fueron los de Teniente General de la Armada, Ministro de Marina, Académico de la Historia y Regente de España e Indias.

Del episodio de Trafalgar las crónicas cuentan que Escaño fue herido de un balazo en una pierna y que, pese a sangrar en abundancia, él se limitó a decir «no es nada» antes de caer desmayado.

En cuanto a su labor como escritor, fue coautor de un Diccionario de Marina que escribió junto al militar y científico Cosme Churruca.

En la Guerra de Independencia, en 1808, cuando las tropas de Napoleón llegaron a Madrid, rehusó aceptar el mando de la escuadra que le ofreció Murat y, además de negar fidelidad al Rey intruso, puso todos sus bienes a disposición del Consejo de Castilla para contribuir a los gastos de guerra contra los franceses.

A su fallecimiento, ocurrido en julio de 1814, sus restos fueron enterrados en el cementerio general de San José de Extramuros en Cádiz, y no sería hasta 1979 cuando se depositarían en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

Volviendo al motivo de la instancia con la que iniciaba la historia, la Corporación acordó dar las gracias a los firmantes de la misma y autorizar la colocación de la lápida que fue costeada por unos cuantos cartageneros orgullosos de su paisano.

El alcalde Alfonso Torres, por su parte, dirigió una carta al Capitán General del Departamento Marítimo por si consideraba oportuno realizar un homenaje en el momento del descubrimiento de la citada lápida.

Finalmente, la mañana del 14 de diciembre de 1923 se inauguró la artística placa de mármol que hoy todavía se puede ver en el número 6 de la calle Medieras, calle que a principios del siglo XX cambió su denominación por la de Escaño, nombre que finalmente no cuajó entre la ciudadanía.

Como reflexión final sí me gustaría reivindicar el hecho de que todavía son varios los ilustres cartageneros que esperan ver reconocida su figura con la colocación de una placa en el inmueble que les vio nacer o donde vivieron.