Lo primero que debo aclararle al lector es que no me he adelantado al Día de los Santos Inocentes aunque la historia de hoy pueda asemejarse a una inocentada de carácter surrealista. Y así sería si no fuera porque la existencia de esta particular ´Compañía de Burros´ viene avalada por el que fuera cronista oficial de nuestra ciudad, Federico Casal, y por el documento que parcialmente reproduzco y que ilustra esta historia.

Según nos cuenta Casal en su libro Leyendas, hechos históricos y tradiciones de Cartagena, a mitad del siglo XIX se formó en Cartagena una sociedad, hermandad o compañía cuyos miembros ostentaban el título de burros, aunque, como ahora veremos, formaban parte de ella personas distinguidas de la sociedad del momento. Todos ellos se reunían en la botica de Malo de Molina de la calle Mayor, lugar donde se afirma que se fraguó ´La Gloriosa´, revolución de 1868 que terminó con el reinado de Isabel II, por lo que podemos decir que eran unos burros conspiradores. Por todo ello, no es extraño que en el libro que sobre dicha botica escribió en 1994 José Guillermo Merck Luengo le dedicara un apartado a la ´Compañía de Burros´.

Pero es en la Guía de Cartagena de 1902 de los hermanos Estrada Maureso donde encontramos las condiciones que debía reunir todo aquel que quisiera ser ´un burro´. Entre ellas figuraba haber sido miliciano nacional, subir al calvario dos veces y salir dos veces en clase de capirote en las procesiones de Semana Santa. Una vez conseguidos estos requisitos, se le hacía entrega por parte del presidente o Gran Garañón del nombramiento correspondiente, cuyo encabezamiento reproduzco como ilustración. Cada título iba numerado y en la parte inferior, además de la firma del secretario y del Gran Garañón, también figuraba un sello que ponía «Burromaquia de Cartagena».

Volviendo al libro de Casal, el cronista nos habla en él de la existencia de una ´Lista Matriz de los Burros´ en 1853 en la que se podía leer el nombre del socio, el número de orden, el nombre de guerra por el que era conocido, fecha de ingreso en la Compañía, una décima en la que se cantaban las cualidades del burro y los méritos o castigos merecidos por el socio.

De dicha lista, que incluía hasta doscientos nombres Casal, hizo una selección dándonos a conocer alrededor de cuarenta de los miembros entre los que había profesionales de todo tipo. Jaime Bosch, que fue alcalde la ciudad tras la Guerra Cantonal, ricos propietarios de minas como Ángel Berizo, Francisco Lizana y Andrés Pedreño, el coronel de la Guardia Civil Emilio Macabich o el impresor Liberato Montells eran algunos de los mencionados. De este último no me resisto a reproducir parte de los versos dedicados a él que decían «como jefe superior que soy de la burrería, quiero que la compañía tenga un borrico impresor». En cuanto a los nombres de guerra, eran de lo más variado y así teníamos burro trompeta, perdigón, torbellino, chato, cariñoso e incluso un burro estudiante.

Y hasta aquí la historia de esta ´Compañía de Burros´, que tal y como afirmaba Casal al final del capítulo de su libro dedicado a ella, acabó transformándose en un club político y eso fue lo que la mató e hizo que desapareciera.