Buscad la belleza ahí fuera, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo, era la frase con la que Ramón Trecet despedía sus 'Diálogos 3'. Aprendí mucha música con aquellos programas a la hora de la siesta de mis tiempos de estudiante universitario, pero nunca me hicieron encerrarme porque, la verdad, también escuchaba y cantaba canciones de cantautores, que acompañaban mi compromiso social en asociaciones juveniles, vecinales, culturales o de cristianos de base. Y así se me han ido pasando los años, entre la contemplación y la lucha, siempre apostando por la creación, que quizás es un imposible término medio.

Cuando moría Rubén Darío, el gran poeta de bellos cánticos modernistas, vino a nacer, hace cien años, Blas de Otero, uno de nuestros más conocidos poetas sociales. La literatura y el arte, como las modas, siempre ha tenido un poco de péndulo, que ha ido desde un extremo al otro, desde el compromiso social con lo que pasa en el mundo, hasta el otro lado, menos encarnado y más lúdico. Siempre ha habido un Manuel Machado y Antonio Machado. Parecía que, en nuestros días ya estaba superado lo del arte comprometido, la canción protesta y la denuncia social. Ya todos tenemos pantalones nuevos y estamos tan aburridos que hemos ido a comprarlos rotos, porque a nosotros nos sobra dinero para no dar tiempo a que se nos desgasten y tener que remendarlos como antaño.

Pero ocurre que, de un tiempo a esta parte, empezamos a tomar conciencia de que esto no es el mundo feliz y avanzado del que todos disfrutamos, salvo una minoría de pobres que hay allá en el tercer mundo y que atendíamos con nuestras limosnas. Como dice Serrat en 'Disculpe el Señor', un millón de pobres se dirigen a nuestra casa y a nuestra despensa, gentes que no saben que Marx está muerto y enterrado, pobres que no tienen nada que perder. Así que todo esto nos ha pillado desprevenidos, con nuestros buenos coches, nuestras piscinas, nuestras tablets y nuestros teléfonos de última generación. Para colmo, las guerras en las que se matan entre ellos y a las que les sacábamos un buen pellizco vendiéndoles los utensilios de carnicero, ahora nos salpican a nosotros. Y no sabemos por dónde vamos a salir.

Hay pobres muy cultivados, que ya no se chupan el dedo, pero también los hay tan pobres que no tienen lo que nosotros llamamos cultura, ni buenas maneras, incluso los hay con tres ideas entre ceja y ceja, pero que avanzan sin descanso hacia nosotros. No hay quien le ponga puertas al mar, ni rejas a las fronteras. No hay muro del Norte que, al final, resista cuando vengan. Los hemos excluido y vienen a reclamar lo que les corresponde de ese mundo que dicen que Dios creó para todos.

Pues aquí estamos, mientras, cada día más divididos, peleándonos por unas banderas o unos idiomas, intentando levantar o proteger fronteras, cuando vemos que los muros se derrumban como en Jericó y no falta mucho para que haya tantos cadáveres apilados como un sendero en el mar, que todos los esclavos del orbe podrán cruzarlos buscando la tierra prometida.

No nos van a salvar las marchas militares, ni los desfiles sagrados, tal vez hemos de volver a cantar juntos las canciones de la fraternidad y la esperanza. Lo que se ha demostrado es que esto de escuchar música con los cascos puestos, aislados de todo, no nos librará del desastre, ni nos hace felices en nuestra soledad.

Los parias de la tierra se están levantando y sabemos que grandes Imperios cayeron de manos de famélicas legiones de bárbaros. Los amos del cotarro nos dicen que hemos de defender lo nuestro, pero tal vez lo único que quieren es que les salvemos el cortijo a nuestros señoritos y que nosotros seamos carne de cañón.

Tal vez habría que hacer algo, tal vez hay que empezar a trabajar la conciencia, tal vez hay que buscar la belleza otra vez en la tarea de hacer un mundo más justo. Tráiganme todas las manos para abrir esta muralla como cantamos con Quilapayún.

Tarea difícil porque «Esto es ser hombre: horror a manos llenas. Ser -y no ser- eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas», que dijo Blas de Otero. Busquemos la creatividad que es la única que puede construir la belleza para todos.