Todo lo que sube baja, como es arriba es abajo o a cada cerdo le llega su San Martín. Barreiros suena más a una caducada marca de motores que a otra cosa y es que nada como la intensidad para que el tiempo entre en su más mágica dimensión de relatividad y nos confunda la estancia. Adivinen cuánto hace que Cartagena no cambia de alcalde. Aunque lo parezca, no es toda la vida, ni dos mandatos, ni siquiera uno, apenas la mitad, sólo dos años han sido bastante.

Hubo un tiempo en que no salíamos en la televisión nacional por montar circos en los plenos, ni había que ir a declarar a los juzgados por injurias. Tampoco discutíamos por izar banderas, ni los pronombres yo, mi, me, conmigo se deslizaban por los cuatro costados de las declaraciones a cualquier medio. Hubo incluso mayos sin censura y un tiempo en que prestigiosos analistas políticos no dedicaban atributos del tipo república bananera o cortijo para referirse a Cartagena, ni siquiera comparaban este periodo con otros predemocráticos donde el poder civil se confundía claramente con el militar. Hubo otros tiempos donde las mordazas eran evidentes pero no se elegía mirar para otro lado para salvar la cara, sino para salvar la vida.

En otra época, cuando en Madrid te preguntaban de dónde eras, no hacía falta decir de Murcia, se podía decir de Cartagena concretamente y a mucha honra, pero en estos últimos tiempos hay secretos que mejor no revelar para evitar explicaciones. Sucedían otras cosas, seguramente más graves, o al menos distintas, pero no estas.

Nada mejor que cercar el discurso por los cuatro costados y asegurarse de convertir lo transparente en infranqueable para que parezca que tenemos más razón. Son muchos los que lo han dicho claro, y es que no compensa el formato, por mucha honradez que queramos vender, por mucho patriotismo rancio, por mucho que queramos mayuscular Cartagena. Seguramente en este periodo lo que no faltará será dinero en la caja, aunque la compra del Peninsular esté en entredicho, lo mismo hasta sobra. La dimisión pactada con aquel 'boli' y los votos de CTSSP, o tal vez los de Ciudadanos, pondrán fin a un periodo que la élite localista va a echar de menos. Y les confesaré que estoy entre los que tienen las mismas ganas de que se vaya, como tenía de que llegara. Aquella revancha que la aritmética otorgó cuando con el 17% de los votos fue bastante para llevarle a la silla y creímos que era un milagro del destino que se revelaba en forma de minoría cuerda y poderosa contra la locura de la mayoría conocida y con rodillo, acabó siendo un espejismo.

No todos los tiros se aciertan, no siempre las cosas son lo que parecen, pero al final nada se pierde, todo se transforma, que cantaba Drexler y ese es el riesgo que tenemos que asumir mientras desciframos el enigma y conocemos cuál será la verdadera transformación. El esfuerzo inútil produce melancolía, decretaba Ortega, y si la desmesurada energía puesta en la biprovincialidad se hubiera consumido en elementos de los de contar, medir y pesar, de esos que quedan de verdad y para los que realmente le pagamos a nuestros regidores -carriles bici o semáforos donde nos faltan o puntos de recarga eléctrica o incluso farolas en tantos sitios aún sin iluminar-, esta corta andadura sería recordada por lo hecho y hasta garantizada la reelección... Pero no, en pocos meses las banderas ni siquiera se echarán de menos porque lo que no se puede contar, medir o pesar no es tarea importante para los que quedamos ni debería serlo para quien tiene que gestionar la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos. No quisiera estar en la piel de Castejón no vaya a ser que ésta sea la única servilleta que tenga una sola capa de celulosa y no haya quien le dé la vuelta completa sin romperla.