Hay inversiones que le recomiendo que no haga si vive en Cartagena, pero sin duda la peor es comprarse una bicicleta. Al coste de las dos ruedas tendrá que añadir el mejor seguro de responsabilidad civil, porque nunca sabe qué puede encontrarse por delante cuando en su ruta de 30 minutos se le corte el carril una docena de veces y tenga que esquivar al peatón, al bebé en el carrito o a algún anciano en su silla de ruedas en un ejercicio de acrobacia jamás visto, porque lo de acabar arrollado por un coche a lo largo de cualquier vía de nuestra ciudad es mejor no planteárselo.

Llamar carril bici a unas pintadas en el suelo, en la mayor parte de los tramos inapreciables, sin orden ni concierto y con más cortes que la serie de los martes en 'la 5', es casi un insulto. Claro que, pretender modelos de transporte sostenibles en un Ayuntamiento que sustituye la compra de vehículos no contaminantes por motores diesel de los de 50 kilogramos de CO2 por día, es una quimera.

En Alemania se venden cuatrocientas mil bicicletas eléctricas al año, en Holanda ciento cincuenta mil y en España las previsiones son de quince mil, nada comparado con nuestros vecinos europeos, pero anuncia un crecimiento que estamos obligados a administrar. Si se acerca a Murcia, Sevilla o Alicante verá cientos de bicicletas rodando y docenas disponibles en los lugares estratégicos con un servicio de alquiler perfectamente organizado y de última generación. Igual que ocurre en cualquier capital de provincia y no quiero yo decir que este asunto de no disponer de infraestructuras para la bici tenga que ver con lo de la biprovincialidad, que lo mismo sí y estaría entonces todo explicado.

En todo caso acabamos conduciendo como somos y les puede pasar -como a mi el otro día- que interrumpido el carril bici de la calle Real a la altura de Tolosa Latour tenga que, obligatoriamente, desviarse a su izquierda y atravesar la doble vía por el paso de peatones. Es verdad que no me bajé de la bicicleta para cruzar caminando, que es lo que todo peatón debe hacer, que un paso de peatones es para peatones y un ciclista no es un peatón; pero tampoco la cosa era para que un policía de paisano me mostrara su placa por la ventanilla del coche, mientras ponía mi vida en peligro pasándome sin parar a dos palmos y me instruía a gritos sobre el hecho de que no contaba con preferencia. Cierto es que tenía toda la razón y me disculpé por ello, pero mi falta grave tampoco le otorgaba licencia para matar. Seguro que lo de que fuera policía era una anécdota, podía haber sido cocinero o astronauta.

No poder atravesar las grandes vías de la ciudad como la Alameda, Alfonso XIII o más de la mitad de Ramón y Cajal en bici, es un verdadero disparate. No conectar los carriles o que los pasos de peatones estratégicos no estén señalizados para bicicletas es otra temeridad y mejor no hablemos de lo que supone atravesar Juan Fernández con un carril bici de doble sentido, más estrecho que las leyes penales y con la circulación de frente, eso es auténtico deporte de riesgo.

De desplazarse a cualquier periferia, como Los Dolores o Canteras, olvídese si tiene el más mínimo aprecio por su vida. Y es que hay indicadores que miden la calidad de una ciudad, pasear por Niza, por Florencia o por Roma, ciudades con las que turísticamente queremos competir, y ver sus centros plagados de bicicletas, con cruceristas y turistas montados en ellas, deja claro el camino que aún no hemos recorrido. El problema no está en lo que nos queda por hacer sino en que no exista la voluntad política de hacerlo.