Habida cuenta de lo tantísimo que se está hablando de la biprovincialidad de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, es por lo que ante tal alboroto no puedo evitar contenerme en palabras, aunque cien enemigos pueda costarme el ser libre en esta ciudad cuatrimilenaria y minera.

No creo en el estado de las autonomías, ni en el estado federal por la vía de hecho del que padecemos en España, así como tampoco en sus provincias. Esa estructura artificial, artificiosa y sobredimensionada ha sido y es gran parte de la ruina de esta nación invertebrada -siguiendo la terminología Ortegassiana-. Supongo que después de cuatro décadas de democracia, pocas dudas quedan al respecto. Políticamente hablando, no comparto la división del territorio nacional en 50 provincias, dos ciudades autónomas y 8.112 Ayuntamientos. Me parece una fragmentación elefantiásica, innecesaria e inviable para este Reino en el que por desventura se esconde el sol todos los días del año y para los tiempos de comunicación y administración electrónica de los que disfrutamos.

Partiendo de esa premisa y desde una concepción metafísica de España y como defensor además del estado nacional -desencantado con el estado liberal y opositor del estado marxista-, no puedo, aunque sienta la tierra, enarbolar la bandera de la biprovincialidad, ni sostener la creación de una nueva provincia para España. No está en mi naturaleza defender la provincia de Elche, ni la de Orihuela, ni la de Santiago de Compostela, ni la de Vigo, ni la de Jerez de la Frontera, ni la de Hospitalet de Llobregat, entre otras, y por eso tampoco puedo permitírmelo aquí, aunque el cantonalismo me seduzca y el placer de la servidumbre con Murcia me espante. Porque resulta que la parte (o las partes) son menos que el Todo, como insinuó el maestro y premio Nobel de Física Werner Heisenberg, conversando en torno a la física atómica. Por eso dos no siempre es más.

Debemos seguir exigiendo que se cumpla el principio de solidaridad proclamado en la Constitución del 78 y potenciar la comunicación de bienes entre las provincias y éstas, a su vez, con las corporaciones locales. No podemos consentir que desde Murcia se reparta cada año de manera torticera, y en beneficio de Murcia-Capital, los presupuestos de la Comunidad Autónoma. Éste es nuestro deber como cartageneros, muy distinto al de reivindicar una nueva subdivisión del territorio español.

No debemos consentir más provincias, ni tampoco más administraciones, ni más funcionarios, ni más personal a cargo de la Administración. No me creo que sea más barato. Por eso seguiré defendiendo una España unida, católica, elegante, nacional, social, con paz, con trabajo y que respete nuestras costumbres más representativas. Lucharé por mi municipio, o sea por Cartagena, para que sea auténtica y dueña de su destino universal. Porque la unión hace la fuerza, y de eso no me cabe ninguna duda.