Yo también soy más de Reyes, sobre todo si de verdad son Magos, de esos que crean a partir de casi nada lo que realmente estamos necesitando. Pedir, como si realmente supiéramos qué nos falta o para qué nos hace falta es una quimera, una especie de apuesta con seguro de fracaso aventurarnos a escribir sin renglones torcidos aquello que realmente encaja en nuestra vida, en nuestras vidas. También en esas que no siendo nuestras desfilan alrededor y sobre las que tenemos la influencia del aleteo de la mariposa para modificar el futuro desde este presente escasamente arrendado.

Lo peor es lo de la obligación. Poner equis en la quiniela buscando el acierto, pedir por pedir, como si por no pedir no estuviera claro lo que verdaderamente nos gustaría poseer sin más negociación que el disponer ilimitadamente de lo que sentimos tan frágil como escaso.

Decidir lo que será bueno para otros, sin que sepamos apenas qué nos conviene a nosotros y acertar un palmo más allá de nuestras narices. Para eso hay que ser muy Mago, de mucho abracadabra, y conocer la magia en sus profundidades ancestrales; en esas que preñadas de conocimiento pasaron de rey a príncipe en las catacumbas secretas procesando en el atanor de temperatura uniforme la digestión alquímica que todo lo puede y lo procesa hasta convertir en oro lo que no es más que plomo negro de crisol complicado.

No equivocarse es una quimera, imposible no errar el pedido, como cuando cargamos el carro en el súper y al llegar a casa caemos en que hemos vuelto a traer de casi todo lo que ya teníamos y viene el problema de colocarlo en nuestra despensa tan colmada como desordenada esperando que alguna fecha de caducidad nos libere hueco para encajar eso que volveremos a despreciar caducado dentro de tres meses.

Y es que la abundancia acaba generando su propia escasez, aunque sea solo de espacio, de ese de no saber donde ensancharnos de hombros y de cintura para ocupar el hueco que nos permita respirar. Dicen que un buen Rey Mago no debería traer más de cuatro regalos para cada uno: algo que se pueda usar, como ropa o zapatos; algo que se pueda leer, si fuera sin papel mejor para el planeta; otro que nos haga mucha ilusión, para alimentarla y que no acabe exiliándose definitivamente; y luego el último, aquello que realmente necesitemos.

Éste es el más complicado de elegir porque necesitar, necesitar, si nos podemos permitir el lujo de estar leyendo esto a estas horas, es que lo mismo no necesitamos demasiado, al menos del estante de lo que se puede contar, medir y pesar. El problema es que los Magos lo saben, pero esa vena republicana que nos ha salido últimamente de querer tener lo que queremos y no lo que nos conviene, les tiene tan presionados por los dos lados del camello que están dejando de hacer bien su trabajo, encorsetados en no poder salirse de la lista para no quedarse sin empleo y que el año que viene no tengan nada que cargar desde Oriente, porque todo vendrá en drones y de occidente, que eso ya no es traer sino cambiar de sitio.

Así que lo mismo nos convengan menos listas con esa exactitud de ecuación de resto cero para pasar a divisiones mágicamente inexactas, de las de decimales periódicos e inagotables que por mas que volvamos a dividirlos siempre aparece un resto nuevo para volver a repartir. Así que no se compliquen demasiado, dejen de hacer de republicanos asamblearios, confíen en esas monarquías ancestrales, aunque vengan mezclados blanco con negro y con moro del mismo centro de moralia, que dos mil años ya han demostrado que si vienen con regalos, no somos nada racistas y dejen que la magia traiga lo que nunca se nos ocurriría pedir, que ellos lo saben. Para eso son Magos.