Pretender liquidar los vertidos y escorrentías, a fuerza de declaraciones institucionales, me recuerda otra vez a aquella historia del loro que le aconsejaba al conejo que le mostrase al zorro, acechante, ese inútil decreto dictado por el rey de la selva, decreto por el cual prohibía a los zorros cazar conejos y, al grito de 'enséñale el decreto', pretendía salvar la vida de su amigo, el conejo. Por su parte, el zorro cumplía implacable con lo que está en su naturaleza: cazar y comer conejos.

Si alguien duda de lo que está en la naturaleza de los que contaminan, puede seguir dando oportunidades mediante inútiles declaraciones institucionales de buenas conductas, pero el conejo no saldrá vivo.

Cara de loro se nos queda a nosotros cuando leemos que los grupos municipales del ayuntamiento de Cartagena han firmado una declaración institucional para supuestamente acabar con las escorrentías en las localidades ribereñas del Mar Menor. Y ya me explicarán qué evitan con la declaración institucional y para qué sirve, qué modifica o en qué va a mejorar el estado de las calles de Mar de Cristal, que vuelven a estar, con las últimas lluvias, anegadas de residuos agrícolas con sedimentos, nutrientes, productos fitosanitarios y otras malas hierbas que contribuirán, como lo vienen haciendo desde muchos años atrás, a la más rápida defunción del ecosistema. Todo ello por no hablar del ya pesado barro en los zapatos y en las entrañas de los vecinos. La pregunta es por qué uno no puede poner un azulejo en su casa sin tener un permiso para ello, licencia que el Ayuntamiento debe otorgar y cobrar.

Otra pregunta también versa sobre por qué hay que pagar un proyecto de ingeniería para abrir una peluquería o, simplemente, por qué no podemos dejar en el suelo la caca del perro y, luego, para parar mínimamente el nivel de vertidos de quienes durante décadas están causando el fallecimiento irrecuperable de la laguna, -esta semana ya con un 85% menos de pradera por la contaminación- no se puede legislar, prohibir, vigilar, controlar, medir, parar o detener. No me cuenten lo de las competencias, que ese no es problema de los contribuyentes.

Nos deslizamos con una declaración del tipo, mire, compréndanlo, resulta que esto no está bien, no ponga más cultivos no sostenibles, no vierta que no es bueno y pórtese como un ciudadano ejemplar.

El siguiente desafío que debemos conseguir será solidarizarnos con el hambre del África, que como gesto es muy reconfortante, pero igual de operativo que declarar institucionalmente que queremos que dejen de echarnos más mierda encima.

Los de aquí no entendemos por qué, para lo pequeño, la ley es tan determinante e implacable y, para lo grande, tan permisible. Por qué es tan difícil generar un sistema legal que ayude a paliar uno de los males más letales para nuestro siglo, que es la contaminación. Por qué, conociendo que cada uno de nuestros vehículos emite cada día 15 kg de CO2, en Noruega un vehículo contaminante cuesta un 70% más que aquí y uno eléctrico un 20% menos.

Mientras tanto, estos días nos machacan a promociones para comprar contaminantes, así como retiran las ayudas a los eléctricos. Ni un solo cargador público en toda Cartagena; se encuentran hartos los colectivos de no cesar en su empeño de pedirlo.

Al final esto acabará como lo del pobre Fidel, cuya sobrevenida muerte no le permitió convocar las elecciones democráticas a las que se comprometió en 1957. Es lo que tiene ir dejándolo.