Habiendo concedido el excelentísimo Ayuntamiento de esta ciudad el terreno en el que en la temporada de Ferias podrán colocarse las sillas de esta Casa de Misericordia, y que alquila todos los años durante la temporada de feria la parcela que comprende desde el retrete de obra y el paseo que sigue, a V. I. suplica se sirva conceder el permiso para el año actual reiterándole anticipadamente un millón de gracias». Estas palabras fueron escritas en mayo de 1916 por la superiora de la Casa de Misericordia, formaban parte de una instancia que se conserva en nuestro Archivo Municipal y me pusieron en la pista para contar la historia de unas sillas que cumplieron una función más importante que la de servir de asiento.

Si echamos la vista atrás medio siglo antes del documento anterior vemos cómo en los presupuestos de esta benéfica institución del ejercicio 1867-1868, firmados por su director Jaime Bosch, en el apartado de ingresos por rentas aparecen dos capítulos muy llamativos. El primero, bastante curioso, correspondía al arrendamiento de las barracas de baño del puerto y el segundo hacía lo propio pero con las sillas en los paseos públicos, generando ambas actividades la cantidad de 1.280 escudos.

Con motivo de la Feria de Verano que se celebraba en nuestra ciudad, la Junta de Festejos sacaba a concurso el arriendo de sillas para poder ver espectáculos como las regatas, la velada marítima, las carreras de bicicletas o la batalla de flores. En las bases de dicho concurso, en concreto en 1899, se especificaba que el contratista podría disponer de 1.500 sillas y que éstas serían facilitadas por la Casa de Misericordia. Además, se concretaba que por cada silla que éste alquilara en los festejos le debía entregar 10 céntimos de peseta a la proveedora de las mismas. Si tenemos en cuenta el gentío que acudía al paseo del muelle de Alfonso XII y el número de sillas mencionado, que según el contrato se podía incrementar, puede figurarse el lector los grandes beneficios que conseguía la Casa de Misericordia. Fuera de dichos espectáculos las sillas también eran alquiladas dentro del recinto del paseo de la Feria para sentarse y deleitarse viendo el ir y venir de propios y extraños. El desorden producido en la colocación de las sillas obligó en alguna ocasión al Ayuntamiento a instalar unas vallas que marcaran el paseo y facilitaran el tránsito de las personas.

Pero no sólo el periodo estival era propicio para el alquiler de las sillas, también durante las procesiones de Semana Santa las monjas ofrecían estos aposentos a los cartageneros y a los muchos forasteros que nos visitaban. Por citar un ejemplo, en 1883 el Miércoles y Viernes Santo se colocaron otras 1.500 sillas en los alrededores de las plazas de San Francisco y de la Merced, que se unieron a las que los particulares trajeron de sus casas para ver los desfiles pasionales.

Si antes de la Guerra Civil la situación financiera de la Casa Misericordia hizo necesario este 'complemento', mucho más lo fue tras la contienda fratricida. Y si empecé esta historia con una instancia de 1916 le pondré fin con otra de 1940 en la que la superiora exponía al Ayuntamiento la delicada situación económica, pues decía así: «La dotación actual de diez mil pesetas que este excelentísimo Ayuntamiento concede a esta Santa Casa es evidentemente insuficiente, teniendo en cuenta el coste de los alimentos, ropas y enseres, sobrecargados hoy sobre los precios que regían cuando dicha dotación se concedió».