Para quien esto escribe, la chimenea de Peñarroya siempre ha formado parte del paisaje de nuestro puerto, hasta el punto de que se hace difícil concebir la imagen de este último sin la presencia imponente de la primera. La intención de estas líneas no es otra que dar a conocer la historia de la misma y algunos datos que espero resulten interesantes para el lector. Para ello viajamos a los años setenta del siglo pasado y nos encontramos con una Cartagena en la que la contaminación azotaba fuertemente a la población. Eran varias las empresas que la provocaban, se hacía más que necesario intentar paliar el problema y para ello surgió el llamado Plan de Saneamiento Atmosférico que constaba de varias fases.

Una de estas fases incluía la construcción de una nueva chimenea para la fundición de plomo que la compañía Peñarroya poseía en nuestra ciudad. La empresa contaba entonces con una vieja chimenea de apenas veinte metros de altura y la idea era levantar una que la sustituyera alcanzando los cien metros. Si tenemos en cuenta que el Cabezo de San Pedro sobre el que se alzaba la vetusta estructura estaba a 150 metros sobre el nivel del mar, con la nueva los humos y gases saldrían a 250 metros. El mes de julio de 1978 en una entrevista el director de la empresa Mario González anunciaba la presentación inmediata del proyecto a la delegación de Industria y al Ayuntamiento. La autoría del mismo correspondió al doctor ingeniero de Minas José Luis Rebollo, persona experimentada en construcciones de este tipo. Finalmente la obra salió a contratación en diciembre de 1980 estimándose un plazo de ejecución aproximado de seis meses.

La parte de chimenea que vemos es realmente un armazón o carcasa de hormigón armado que tiene ocho metros de diámetro en su base y seis en el extremo, y en su interior se encuentra oculta la verdadera chimenea de tres metros de diámetro hecha con ladrillos refractarios. Entre ellas se dejó una cámara de aire ventilado de dimensión variable que permitió instalar una escalera interior para inspección del conducto cerámico. Las bandas de colores, dos rojas y una blanca que se aprecian en el exterior en la parte superior, miden cinco metros de ancho y formaban parte del balizamiento diurno obligatorio según la normativa de Aviación Civil. La pintura utilizada para estas bandas y una negra de mayor anchura que se encuentra sobre ellas resistía altas temperaturas, ataques de humos, ácidos y la acción de los rayos solares. Originalmente estaba dotada de balizamiento nocturno con cuatro puntos dobles de luz regulados por reloj o célula fotoeléctrica y por supuesto no faltaba el necesario pararrayos.

Semejante obra de ingeniería llevó aparejado un gran coste económico, un millón de pesetas de la época o seis mil euros actuales costó cada metro de chimenea por lo que estaríamos ante ´la chimenea de los cien millones de pesetas´. Todo un potosí para un elemento que apenas estuvo funcionando una década pues Peñarroya acabaría liquidada a finales de los años ochenta. Esta es la historia a grandes rasgos de la chimenea, auténtico icono de nuestro puerto, muestra del patrimonio industrial derivado de las minas y con la que se intentó al menos disminuir el impacto de la contaminación que tanto daño hizo a nuestra ciudad.

A la memoria de Basilio Martínez, gran persona y trabajador que fue de Peñarroya.