anuel, al que le gusta que le llamen ´Manolo´ es un albañil, oficial de 1ª, en paro y buscando trabajo. Es un honrado hombre de etnia gitana que desde que nació hace 59 años no ha hecho otra cosa que sufrir y trabajar, hasta que llegó la crisis y sólo se quedó con el sufrir.

Nació en el barrio de San Antón, de Cartagena, en la calle Recoletos nª 80, en una de esas 60 viviendas que llamaban ´los cuarticos´, que era una entrada y una habitación, sin aseo. Hacían sus necesidades en cubos, no había agua potable, por lo que tenían que ir a por ella con cubos y cántaros a la casa del Gorromino, el tendero. Sus necesidades las hacían en cubos y luego las tiraban a la rambla. Cocinaban con leña y hornillo de gas líquido.

A Manolo se le empiezan a humedecer los ojos cuando me habla de su madre, María Reyes. ¡Cuánto ha sufrido mi madre en esta vida!

Su padre, Manuel, también albañil, pasaba mucho tiempo fuera de casa, por lo que su madre tuvo que asumir todo el peso de alimentar a la familia, nada más y nada menos que quince hijos.

Manolo, ¿te acuerdas del nombre de todos?, le pregunto€ ¡Por supuesto!, ya verás€, Antón, Sebastián, Manuel, Mari, Juana, Juan, Adela, Puri, María Luisa, Angustias, Ana, Blas, María Reyes, Purificación González Fernández€, el último murió de pequeño.

Me cuenta que desde que comenzó a andar, pasó su infancia en la calle, buscando por la rambla cualquier cosa que se pudiese vender para comer su familia, desde latas, púas o cualquier cosa vendible, actividad que le impide ir a la escuela. Nunca tuvo más juguetes que un carretón que su padre les hizo a todos y el primero fue una pistola de juguete que les regaló para los tres hermanos la mujer de Antonio el del Casino de San Antón.

A los 10 años se mudan a vivir a Santa Ana, empezando a trabajar de mozo de cuadra, limpiando cochineras, guardando el ganado y segando la hierba. En esa etapa, pudo ir durante unos pocos meses a la escuela de Diego el practicante, que además era maestro, donde aprendió a escribir lo básico y algo de números.

Recuerda como en verano cogían la línea de autobuses ´la Paterna´ y se iban a Lorquí, a la cueva de su abuelo ´Sebastián el gitano´, para trabajar recogiendo fruta. Allí su madre lo mismo trabajaba de limpiadora rodilla en el suelo, que pedía, que recogía lo que nadie quería,€, en fin, que les compraba comida, especialmente el ´pringue´, que le untaba en el pan. ¡Cuánto sufrió mi mama!, ¡cuánto trabajó la pobre!.

A los 15 años se engancha en los albañiles en donde se curte en el noble oficio de todo lo relacionado con el ladrillo, mármol, azulejos y lo que le echen. Empieza ganando seis pesetas, toda una fortuna para quienes solo tenían hambre como todo patrimonio.

Cuando más necesitaba su familia de sus ingresos se lo llevaron a la mili, a Pontevedra, en donde se enganchó en la Legión, «porque daban unas pocas perricas».

Cuando sale de la mili y regresa a Cartagena, encuentra trabajo con Sánchez Soler y en Fertilizantes, donde está varios años.

Le llaman de los albañiles, que es el oficio que le gusta, y se engancha al tajo durante muchos años hasta que la actual crisis lo envía al paro.

Desde entonces se levanta todos los días con la ilusión de encontrar trabajo.

Por culpa de esa maldita crisis perdió su vivienda, teniendo que irse a vivir a un rincón de la casa de su hijo al que no quisiera molestar, pero, ¡que va a hacer!... ¡Mi hijo Francisco Javier es un buen hijo€, y me quiere!.

Manolo, le digo, ¿qué hay de esa fama que tienen los gitanos de poco honrados?..., a lo que me responde ¡ay!, tó mentira, mira, a mi me han robado dos veces y han sido los payos. En mi familia todos son trabajadores y honrados y somos más de 600 familiares. Conociendo a Manolo, no tengo la mas mínima duda.

¿Te gusta el cine?..., ¡mucho!, pero hace años que no voy porque no puedo pagarme ni una entradica.

Le gusta mucho cocinar y su ilusión sería hacerle un buen arroz al alcalde de Cartagena, José López, al que admira, aunque él no entiende de política€ «para mí todos son buenos, que yo sólo quiero trabajar para poder comer».

Termina diciéndome que le gustaría tener dinero para recompensar a su madre lo mucho que ha padecido por la familia. «Mira, a los mayores no hay que olvidarlos nunca».

Y ahora el selfie€, ahí estamos Manolo, un gitano honrado, este servidor y un montón de lágrimas, suyas y mías, que no se ven.