El Mediterráneo nuestro ha hecho de ti, Cartagena milenaria, un enclave privilegiado. El mar que nos baña te ha enriquecido con la llegada de civilizaciones diversas y te ha permitido la prosperidad con siglos de intercambios comerciales y, sobre todo, culturales.

Tus raíces beben en un suelo preñado de historia que cada día, con esfuerzo e ilusión, van saliendo a la luz, pero, ¿sabes?, no dejes que nadie olvide la otra mitad de tu ser cartagenero: el campo, esa tu comarca natural, esa hermosa, variada, extensa y fértil planicie con tanta historia como posibilidades de futuro. Tus diputaciones rurales, con sus importantes y singulares pueblos, te han entregado durante siglos lo mejor de sí: el necesario alimento gracias a su agricultura y ganadería, la paz y el refugio cuando te han agobiado los peligros de invasiones y guerras, el sosiego y la salud cuando te han sobrevenido enfermedades y epidemias? Pero, ante todo, tienes que hacer valer el fruto más valioso de estos pueblos del campo: toda una forma de vida, todo un legado etnográfico y cultural, todo un patrimonio que se ha de conocer y proteger y que tú has de poner en valor antes de que se pierda tu mejor herencia.

El siglo XXI ha de ser para ti, Cartagena, el de un nuevo Renacimiento Cultural, posible sólo si vas de la mano de una comarca próspera en la que también tienes tus raíces. Vivimos unos momentos decisivos, quizás la última oportunidad, en esta era global, multicultural, tecnológica e informatizada, para no perder el frágil pero ingente legado patrimonial que nos haga avanzar hacia lo que queremos desde lo que somos y lo que fuimos.

La bondad del clima permite la fecundidad de las tierras que te rodean, tanto las del secano como las del actual regadío con el que te has convertido en la huerta de Europa. No has perdido aún la posibilidad del goce de recorrer los caminos y bancales, de ver las higueras, las palmeras, los garroferos, los olivos, los granados y otros cultivos tradicionales. Cada día más gentes vuelven a pasear o hacer senderismo por tus ramblas, cañadas y montes y cada día son más los atraídos por esta primavera en la que también eres la primera, para contemplar el espectáculo insuperable de la floración de los almendros. En ningún otro lugar San Valentín es festejado con este hermoso amor de la naturaleza.

¿Cómo no ibas a querer, Cartagena, a este tu enclave natural y agrícola, tu otra mitad de tu alma marinera? Aquí, cual rica pedrería que se engarzara en los traje de fiesta, sobresalen aún los mejores exponentes de las construcciones populares de la zona: molinos, aceñas, pozos, aljibes, acequias, balsas, abancalamientos y pedrizas, eras, palomares, veredas, caseríos, casas de labranza, casonas modernistas, bodegas, palomares, torres defensivas, ermitas e iglesias, restos de otras civilizaciones como íberos o romanos y, en lo que fue el oasis más bello conocido, el Monasterio de San Ginés de la Jara a los pies del mágico monte Miral con sus antiquísimas ermitas y la prehistórica Cueva Victoria, que son la joya del Mediterráneo.

Como una madre con tres hijos has de ser, Cartagena, a uno lo tienes en el campo, a otro en la ciudad y a otro en la mar. ¿Y cómo querer a uno más que a otro si en ellos te va la vida? Durante siglos estuviste encerrada entre murallas, perdiste muchos hijos, privilegios y ocasiones, fuiste castigada y relegada, pero te volviste a abrir al mar y ahora has de hacerlo al campo, tu campo de Cartagena. Prepárate para los nuevos tiempos que están llenos de oportunidades y esperanza. Arregla tu casa que cada día vendrá más visita, pero no olvides que la casa tiene también patio y porche y torre y taller y bodega y caballerizas y jardín. Cuida de todo que, por el puerto, los barcos vienen cargados de huéspedes a los que has de bien servir.