Curioso es llamar vela latina a la vela triangular que lucen los pocos molinos que en el Campo de Cartagena quedan, latinas son también llamadas las velas que enarbolan las embarcaciones típicas de nuestro entorno, pues es sabido que la vela romana era cuadrada. Como es curioso también que, en Cartagena, se denominen a los soldados romanos de nuestra Semana Santa como judíos, otra singularidad es bautizar a calles con nombres de plazas, como la plaza de San Agustín. Algún turista he visto perdido por esa vía buscando una inexistente plaza.

Bueno, que me ando por las ramas. Lo que quiero decir es que estas peculiaridades son características propias de nuestra cultura, que estas rarezas son algunos de los factores de diferenciación que nos hacen ser quienes somos. La desaparición de los singulares molinos de vela latina provocará la pérdida irreversible de de parte de nosotros mismos, la marea de la globalización arrastrará nuestro patrimonio cultural igualándonos a todos y evidentemente puede provocar que seamos todos más pobres.

Es evidente que la utilidad tradicional de los molinos de viento desapareció hace tiempo. Que a pesar de disfrutar de una protección legal, derivada de la declaración de Bien de Interés Cultural, la inexorable decadencia de este patrimonio es patente. Que esa misma legislación obliga al propietario de estas antiguas edificaciones a su mantenimiento. ¿De qué manera podemos frenar esta degradación patrimonial?.

En este punto me parece pertinente realizar una reflexión. Si conseguimos que nuestros bienes culturales sean un elemento que aporten un valor añadido a la propiedad en el que se encuentran, seguro que sus dueños lo conservarían de manera adecuada.

Los inmuebles arqueológicos e históricos pueden convertirse, sin perder su función y estructura, en focos de desarrollo económico de la comunidad que exista alrededor, por ejemplo, mediante el desarrollo del turismo cultural o implantando nuevas funciones relacionadas con la artesanía. Como ocurre con el molino De Kat (Zaanse Schans, Holanda) del siglo XVII, dedicado a moler pigmentos para fabricar pinturas, este es un ejemplo de entre las muchas posibilidades que existen, sólo hay que tener imaginación, para reanudar una actividad que asegure la conservación, tanto estética como funcionalmente, de los molinos de viento de Cartagena.

Pero debemos tener en cuenta que no se puede hablar de unas verdaderas medidas para garantizar la protección de los molinos de viento de Cartagena, si no se compensa, de alguna manera, a los propietarios; sólo así, el hecho de que sus inmuebles estén incluidos entre los bienes de interés cultural será un honor y no un sacrificio, ya que se generaría una desigualdad frente a los vecinos que sí pueden ejercer plenamente sus derechos de construcción.

Como decía el poeta Antonio Machado: «Todo lo que se ignora, se desprecia». Por eso debemos fomentar el conocimiento de nuestro patrimonio cultural, ya que es uno de los testigos fundamentales de la trayectoria histórica y de identidad de una colectividad. Los bienes que lo integran constituyen una herencia insustituible, que hay que transmitir en las mejores condiciones a las generaciones futuras. Los catálogos de protección de patrimonio son el primer instrumento necesario para poder proteger todo este legado. La educación de las nuevas generaciones, basada en una exhaustiva catalogación patrimonial, es otra herramienta imprescindible para fomentar el gusto por lo nuestro.

«Durante mucho tiempo sólo se han protegido y restaurado los monumentos más importantes, sin tener en cuenta su contexto. En consecuencia, éstos pueden perder gran parte de su carácter si este contexto el alterado. Además, los conjuntos, incluso en ausencia de edificios excepcionales, pueden ofrecer una claridad de ambiente que hace de ellos obras de arte diversas y articuladas. Son estos conjuntos los que es necesario conservar también como tales», indica la Carta Europea Del Patrimonio Arquitectónico de septiembre del año 1975.