Una pena que Miguel de Cervantes, que nos dejó escrito en su Viaje al Parnaso esos hermosos versos que adornan nuestra muralla: «Y con esto, poco a poco, llegué al puerto al que los de Cartago dieron nombre?» pasase, una vez huyendo y otra con prisas, por estas tierras. El caso es que no conoció a ninguna bella molinera cartagenera y nos olvidó en las rutas en que situó a su caballero andante, haciendo eternos otros molinos de viento, mientras ahí siguen los nuestros, olvidados pese a los poemas de Carmen Conde o Antonio Oliver, pese a las hermosas páginas y dibujos de Asensio Sáez o a la vida entera dedicada del doctor Carlos Romero Galiana. En la actualidad lo han seguido intentando las publicaciones y charlas del también doctor José Damián Aranda Mercader o la labor incansable de molineros como Antonio Pagán, presidente de la Asociación de Amigos de Los Molinos de Viento de Torre Pacheco. Ni en FITUR se les ocurre ya a nuestros políticos presentar estos molinos, varias veces centenarios, por cierto.

Aún así, no dejaremos de clamar en el desierto. Y es que estos tradicionales artilugios, estas máquinas fantásticas que se mueven con energía eólica, limpia e inagotable, después de siglos de servicios en las necesarias labores de sacar agua del subsuelo, moler el grano para obtener harina, obtener la sal o picar el esparto, fueron vencidos por otras armas modernas y de uso más fácil: el vapor, el gas, el gasoil, la electricidad?

Hoy día, con la vuelta a la vida rural, la crisis energética y la concienciación por un mundo más sostenible, no estaría mal volver la vista a nuevos usos para estos veleros de tierra adentro. La Liga Rural del Campo de Cartagena viene demandando, desde hace años, la cada vez más acuciante necesidad de evitar que desaparezcan para siempre estos símbolos de la Comarca, imprescindibles para el reconocimiento de nuestro paisaje común, histórico y actual y con grandes posibilidades como alojamientos rurales, por ejemplo, tal como se está haciendo en La Mancha o en otros países. Los molinos, acertadamente, pero casi inútilmente, fueron declarados Bien de Interés Cultural y por ello están protegidos teóricamente y debieran ser conservados, restaurados, remozados y puestos en valor.

Siendo Enrique Pérez Abellán concejal de agricultura, que en estas cosas era 'el verso suelto' de Cartagena, se restauraron 5 molinos gracias a subvenciones de los Fondos Feder de la Unión Europea. Ningún otro fondo regional ni municipal se ha empleado a restaurar los molinos de viento del municipio, que ascendían a más de 200, y que hoy día se encuentran en un lamentable estado. Incluso algunos de esos cinco molinos por abandono y falta de mantenimiento, ya están con los palos y las velas en el suelo, como el de La Puebla, el Molino Zabala, el de La Palma, y camino lleva el que se arregló en Pozo Estrecho. Fruto de la iniciativa de Abellán y de Romero Galiana, se pudo traer en 2001 el III Congreso Nacional de Molinología. Se presentaron 50 ponencias y, pese al compromiso de Enrique, el Ayuntamiento no se hizo cargo ni de la publicación del libro de actas, sino de un CD que elaboró la Asociación Nacional para la Conservación y Estudios de los Molinos, que este año celebra el X Congreso en Segovia. El IX se celebró en Murcia y los anfitriones se volcaron en los molinos de río.

En Torre Pacheco donde se han hecho actuaciones positivas gracias al municipio y de los Amigos de los Molinos: Se han restaurado algunos, se ha hecho un pequeño museo, se hacen fiestas y romerías en torno a ellos y se han elaborado materiales divulgativos para el turismo y para los colegios. Alberto Garre, pachequero y propietario de un molino de viento, en su breve paso por la presidencia de la Comunidad anunció un plan regional de molinos, del cual no sabemos nada en Cartagena, salvo el arreglo de dos en San Pedro del Pinatar. Necesitamos ese plan El patrimonio rural se ha de restaurar a la par que el arqueológico. Hay completar la oferta y aún podemos evitar la desolación.