Jesús Marchese sostiene a Paloma, una maltés cruzada, en brazos como si fuera una niña a la que hay que proteger de la muchedumbre a pesar de que tiene una cierta envergadura. Es evidente que entre ellos existe un cariño absoluto e incondicional aunque sólo llevan juntos desde mayo. Paloma está tranquila, protegida por su amo, que la rescató de la perrera cuando todo parecía perdido. A Jesús le gusta «todo» de Paloma, no tiene ni un pero. «Es una perra increíble». Por este motivo la llevó ayer a San Antón «solo, porque los nietos están en el colegio», con el fin de que recibiera la bendición del párroco.

Un cariño similar desprenden Maribel Martínez y su perrito Yago. «Le quiero muchísimo y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa que pueda servir para protegerlo», destaca Maribel, que más que ama del perro se siente compañera y amiga. Yago, al igual que la mayoría de canes que se han dado cita en la iglesia de San Antón, está bien protegido con un abrigo «porque es muy friolero».

Pero este año los animales tienen que compartir protagonismo con dos preciosas niñas, María y Rocío Solano. Dos primas de nueve meses y un año que, vestidas de faralaes, pasean por el centro de la plaza a lomo de dos ponys. «Ellas son la quinta generación de la familia Solano que participa en estas fiestas», explica su orgulloso abuelo, Pencho Solano. «Yo vine con 17 meses y antes que yo, mi padre y mi abuelo. Nunca hemos fallado porque nos encanta esta fiestas», precisa Solano, padre del rejoneador cartagenero Agustín Solano. Mientras, María, que aún no sabe andar pero sí montar, y Rocío disfrutan de la fiesta y saludan al público.

Por fin llega el ansiado momento y el párroco bendice a los animales, que no los bautiza, para satisfacción de sus dueños y del público en general, que un año más dan las gracias a San Antón.