A sus 59 años, Amparo Álvarez Giménez tiene todas las papeletas para disfrutar de una vida más o menos tranquila, una vez que sus hijos ya vuelan por sí solos. Sin embargo, esta cartagenera es un ejemplo de entrega y amor hacia los demás y, nada menos que en Madagascar, donde ha creado la ONG Acción Baobab, que trabaja en defensa de los niños de este país.

«Una vez terminadas mis responsabilidades como hija y como madre, pensé en aportar mi granito de arena y ayudar a los más pobres de aquí. Los dos primeros años colaboré con distintos proyectos ya existentes, como un centro de acogida infantil llamado Akay Avoko, donde la administración malgache envía niños que por distintas razones son acogidos, la mayoría con problemas de abandono familiar. Aunque la Administración tutela a los niños, una vez que los lleva a este centro, no les presta ninguna ayuda económica, por lo que son las distintas ONG las que asumen los gastos. Ayudé a buscar buscar gente que quisiera apadrinarlos y por este motivo varios amigos y familiares de Cartagena son padrinos de muchos de estos niños», señaló.

Consciente de que el problema de desarraigo familiar que sufren estos menores se debe a la pobreza extrema que les rodea, Amparo pensó en poner en marcha un centro de día, donde poder atender a los niños sin que éstos tuviesen que separarse de sus familias.

«Se trataba de darles un hogar, donde proporcionarles todos los cuidados que necesitan y en el que sus madres pudiesen apoyarse para no

tener que separarse de ellos», argumentó Amparo, quien relató su trabajo a esa redacción a través de correo electrónico. Así nació La Casa de los Niños en uno de los barrios más pobres de Antananarivo llamado Llanivato. «Encontramos un local en ruinas y lo levantamos en colaboración con la ONG Fami, que dirige el español Julián Cárdenas», explicó.

La escuela se inauguró el 29 de mayo de este año con 73 niños y en la actualidad ya atiende a un centenar de menores. Para financiar el centro, Amparo creó la ONG Acción Baobab en Cartagena, con el objetivo de dar a conocer a estos niños y conseguir ayuda para ellos.

«Nos hemos encontrado con muchos problemas de malnutrición y de dificultades respiratorias, por lo que contamos con una doctora que les hace controles periódicos y, si hay alguno enfermo, le damos las medicinas que necesita o corremos con los gastos, en caso de que precise ingreso hospitalario», explicó.

La escuela cuenta con dos personas que prestan apoyo escolar a los pequeños, en colaboración con la escuela pública del barrio.

«Teníamos 30 niños sin escolarizar y los preparamos para ingresar en la escuela ayudando a sus familias con los gastos de matrícula y material escolar. Además, les proporcionamos ropa, celebramos sus cumpleaños y les llevamos de excursión», subrayó Amparo, quien ha conseguido que los padres de los menores confíen en su trabajo y acudan a este centro cuando necesitan apoyo.

Para Amparo, lo más gratificante es observar el progreso de los niños. «Ver que antes no tenían un sitio para dormir y que hoy tienen un hogar que consideran suyo. Cada día siento una emoción nueva al ver a un niño que no andaba ni hablaba y que en pocos meses juega al fútbol», dijo.

Su experiencia profesional como empresaria en el ámbito de la publicidad y la actividad inmobiliaria le ha servido para poner en marcha este centro. Amparo ya trabaja en un nuevo plan para formar a las mujeres de Llanivato creando talleres y cooperativas para que puedan ganarse la vida. Para Amparo la escuela de niños de Llanivato es un logro de muchos cartageneros «que colaboran con este proyecto sin estar presentes», subrayó.