Cuando ayer marchaba en el autocar camino a casa después de haber invertido más de 10 horas para finalizar la Ruta de las Fortalezas en una de las ediciones más largas en estos nueve años, veía desde la ventana del autobús a algunos participantes bajando el castillo de la Atalaya y me ponía en su pellejo. Yo acabé casi arrastrándome a meta, pero a unos cientos aún les quedaba una hora más de suplicio. Y es que lejos quedaban los poco menos de 500 corredores que habían logrado finalizar antes de las siete horas. A partir de esa hora, o quizá un poco más adelanta partir de las ocho horas de carrera, es cuando empieza la otra Ruta de las Fortalezas, la de los participantes sin luces ni podio que se curran horas y horas un recorrido sobrehumano. Si soy sincero me deja abrumada la capacidad de sacrificio que tiene el ser humano y lo obtusos que llegamos a ser cuando no solo lo hacemos una vez, sino que lo repetimos una y otra y otra y otra vez más.

Vi muchos, muchísimos participantes durante mi trayecto con caras desencajadas y cuerpos agotados por el sobreesfuerzo, pero no vi, dicho sea de paso, quejas ni lamentaciones. La Armada se supera cada año con un recorrido exigente, demasiado diría yo para la preparación que llevamos nosotros, pero es que está claro que nos va la marcha. ¿Cuántos juraron ayer que era la última? Y ¿cuántos repetirán si se vuelve a hacer en 2019?, probablemente varios cientos de los que anoche no podían con su cuerpo y en La Atalaya, Galeras o el Calvario se preguntaban una y otra vez para sus adentros que qué narices hacían en un estupendísimo sábado primaveral pasándolas canutas con los pies hinchados, comiendo polvo, barritas energéticas y bebiendo sudor y agua con colorante naranja.

Pues sí, esto es una sinrazón, como muchas otras que el ser humano se plantea o acomete a lo largo de su vida, pero este sinsentido al final hace que en casa, ya con los pies para arriba, recuerdes que eso lo has hecho tú solo, que nadie puede quitártelo y que mola mucho ese cosquilleo que te produce por dentro.

Voy a comentar, por otro lado, lo que he vivido, escuchado y comentado durante la jornada que pasamos dando saltos como cabras por las Fortalezas, Castillos y senderos de Cartagena. Aunque el Coronel de la EIMGAF tratara de suavizar el asunto de los tan traídos y llevados atascos en la Ruta -parecía más el director general de transportes-, cuando advertía que no serían colas sino 'retenciones', he de decirle al coronel que se equivocó, que de retenciones nada, auténticas colas de hasta 45 minutos, por lo menos la que yo viví en Sierra Gorda. Cumplido con mi deber de sellar mi cartilla me encontré una larga fila de participantes que aguardaban para bajar la sierra y afrontar la siguiente. Pero éramos demasiados en aquel momento para bajar uno a uno por el camino. Así que nos tocó esperar, tanto como casi una hora. Voy a tratar de entenderlo porque es cierto que meter a tanta gente en estos caminos es hacer piruetas con demasiadas pelotas en el aire sin que ninguna caiga. Alguien ya me advertía hace unos días que colas habrían, que eso lo sabían, pero no me esperaba lo que sucedió a continuación. Mientras los que estábamos en pleno monte en un atasco cual M-30 madrileña, a alguien se le ocurrió que los que venían detrás -que, por tanto, esperarían más de una hora-, podían dar la vuelta y desandar el camino que habían hecho para luego confluir ambas bajadas en un mismo lugar. ¿Qué pasó? Pues que estos participantes solo perdieron 5 minutos y los demás 45, así que nos encontramos con la gente de atrás durante unos cuantos kilómetros, y vuelta a empezar con otro atasco en la bajada.

No sé la solución y sé que no es fácil, pero mejor no improvisar a salto de mata para que todos podamos tener las mismas condiciones y no se modifiquen los recorridos sobre la marcha.

Por último, soy consciente de las piruetas que tiene que hacer la organización para meter a casi 4.000 personas, más personal y voluntarios, en un recorrido como éste. Pero cada vez le están poniendo más complicado a los que montan este tinglado para que les dejen planificar los recorridos. Algunos participantes llegaban a elucubrar ayer que el año que viene no habrá ruta porque la Armada se encuentra con el obstáculo constante de Medio Ambiente prohibiéndole algunos de los recorridos y que, tarde o temprano, se cansarán y dejarán de hacerla. En 2019 se cumple el décimo aniversario de la prueba; hace unos días se aprobó llevarla el próximo mes de enero a promocionarla en Fitur; miles de personas, participantes, familiares, amigos, aficionados, militares, voluntarios, etc, se implican directamente en una prueba que cumple con creces su cometido. No la dejemos morir, por favor. Esto es de todos. Por mi parte, yo el año que viene no la voy a hacer ¿o sí?