La séptima edición de la Ruta de la Fortalezas adquirió ayer una dimensión más amplia de lo estrictamente deportivo: fue, ante todo, una jornada de convivencia entre las familias, un ambiente empapado de emotividad y expectación desde bien entrada la mañana. Por supuesto, no faltaron a su cita ingredientes como la competitividad y el contacto con la naturaleza, en un itinerario que siempre se ha caracterizado por su belleza: el Castillo de los Moros, la Atalaya, San Julián, Calvario, Concepción, Galeras? Todos los componentes, mezclados en una coctelera, dieron como resultado una cita que se alargó doce horas.

Eran las siete y media de la mañana y el centro de Cartagena se desperezaba: las persianas de los locales estaban medio abiertas, las mesas y las sillas, amontonadas en una esquina, aguardaban a ser distribuidas en la terraza, y los servicios de limpieza trabajaban en silencio, sin despertar la atención. A un lado de la calzada, un hombre que rondaba los cuarenta años se ataba los zapatos en un banco de la calle del Carmen: vestía de manga corta, llevaba gafas de sol y a la espalda una mochila diminuta.

Conforme avanzaba, el número de personas aumentaba considerablemente. Muchas hacían estiramientos en cualquier rincón, otras aligeraban el paso por Puertas de Murcia, dirección a la calle Mayor. Era evidente que en ese momento había más tránsito y el silencio, como entonces, ya no era sepulcral: una música se escuchaba a lo lejos y los primeros militares aparecían a la altura de Capitanía. Al llegar a la Plaza del Ayuntamiento solo se veían cabezas: los 3.800 participantes -acabaron casi 3.300- de la séptima edición de la Ruta de las Fortalezas se concentraban en esa zona y también en la línea de salida, en Héroes de Cavite. Por séptimo año, Cartagena acogió ayer una de las carreras populares más destacadas del panorama nacional.

Antes de comenzar la prueba, la imagen era de postal: la línea de salida, llena de hinchables en forma de arco, estaba rodeada de altavoces que soltaban éxitos musicales del momento. El speaker, Gaspar Zamora, que se paseaba de un lado a otro, amenizó la espera tratando de arengar a todos los participantes, divididos en pequeños grupos de casi todas las edades: niños, jóvenes y adultos intercambiaban sensaciones antes de iniciar el recorrido de 51 kilómetros, tan extenso como majestuoso por la heterogeneidad de montes y baterías.

Eran las ocho de la mañana, faltaban cinco minutos para el comienzo y entre tantos corredores unos que apostaron por hacer ejercicios de calentamiento junto a la Muralla del Mar, mientras que otros tomaron la decisión de cargar la mochila con botellas de agua. En ese momento tuvo lugar uno de los momentos más emotivos de la mañana: la marabunta se aglomeró debajo de la línea de salida y empezó a sonar el himno nacional, a cargo de Infantería de Marina, y el correspondiente izado de bandera en el mástil del puerto. Los 3.800 corredores guardaron silencio, aplaudieron el momento e incluso saltó alguna lágrima.

Acto seguido, todos los participantes, entre los que se encontraban el exentrenador del FC Cartagena, Víctor Fernández, el jugador del Plásticos Romero Cartagena, Javi Matía, el alcalde de la ciudad, José López, y dos de sus hombres de confianza, Jesús Jiménez y Ángel Tarifa, iniciaron la marcha hacia el primer punto, un Castillo de los Moros novedoso en el itinerario de este año, donde hubo cierta aglomeración de corredores e incluido en el recorrido a propuesta de la primera autoridad municipal. El grupo, cada más desmenuzado por el agotamiento, se trasladó después a zonas como el Calvario, San Julián y Concepción, entre otros, antes de hacer una parada en el aprovisionamiento montado en la explanada del estadio Cartagonova. Ahí, junto al recinto deportivo, la expectación y el apoyo de familiares y curiosos alcanzó uno de los niveles más altos de la jornada, aunque donde realmente los sentimientos se pusieron a flor de piel fue en la meta, en la Escuela de Infantería de Marina General y Fuster.