Nunca como en estos dos largos años de pandemia se ha insistido tanto en la necesidad de tener sistemas de salud fuertes, hospitales bien dotados para que el súbito aumento de ingresos que han traído consigo las sucesivas olas de covid no provoquen colapsos. Pero hay una cara oculta, y hasta cierto punto paradójica, en todo este esfuerzo por curar. Los hospitales contaminan muchísimo. La industria sanitaria se encuentra detrás de casi el 5% de todos los gases de efecto invernadero. Si fuera un país, sería el quinto más contaminante, solo un poco por detrás de Rusia.

El fenómeno ha permanecido en un segundo plano desde que comenzaron los esfuerzos por luchar contra la crisis climática. La ley de cambio climático española, considerada como muy completa por los especialistas y aprobada por el Congreso en mayo, no lo menciona. Pero ahora, coincidiendo con el esfuerzo por subrayar los problemas que el calentamiento global ya está provocando en la salud (en lugar de continuar enfocándose en símbolos ecologistas más tradicionales, como los bosques y los osos polares), comienza a tratarse a fondo.

Dentro de la Cumbre del Clima (COP26) celebrada en Glasgow, más de 50 países, España entre ellos, se comprometieron hace 15 días a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de sus sistemas de salud. Se trata de un acuerdo muy vago, necesitado de concreciones, pero también es la primera vez que se alcanza un pacto de este tipo.

Anestesias e inhaladores

Repletos de ordenadores, maquinaria y sistemas de iluminación que funcionan sin pausa, los hospitales consumen el doble de energía que un edificio comercial medio. Los gases empleados en las anestesias, así como los inhaladores, tienen un potente efecto invernadero. La contribución del óxido nitroso al calentamiento global, por ejemplo, es 300 veces mayor que la del dióxido de carbono. Y después están los desperdicios, ya que una parte importante del material hospitalario solo puede utilizarse una vez. Aun así, el principal factor contaminante tiene que ver con el consumo y la cadena de servicios: la producción, transporte y disposición de productos farmacéuticos, dispositivos médicos y alimentos representa alrededor del 70% del total.

Se pueden hacer muchas mejoras. Reutilizar material, tras la debida limpieza. Instalar paneles solares. Minimizar, sin dejar de lado la salud del paciente, el uso de inhaladores. Incluir cláusulas ambientales en los contratos con las empresas subcontratadas. Algunos centros ya las están llevando a cabo, dentro de iniciativas como la Red Global de Hospitales Verdes y Saludables, que reúne a más de 1.000 centros en 60 países, siete de ellos en España. Entre otros, el Institut Català d’Oncologia, en Barcelona, y el Hospital Clínico San Carlos, en Madrid.

Al menos 25.000 muertes al año

Al mismo tiempo, en la cumbre de Glasgow, que se saldó con un acuerdo de mínimos en el que los países reconocían que estaban fallando, las consecuencias del cambio climático para la salud se han situado en el centro del debate por vez primera en una cita de este tipo, un vuelco en el enfoque que busca que los dirigentes políticos, tradicionalmente renuentes a tomar medidas, se sientan más presionados a la hora de actuar. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el calentamiento provocará entre 2030 y 2050 al menos 25.000 muertes al año.

Las pruebas no paran de acumularse. A principios de septiembre, las principales publicaciones médicas de todo el mundo publicaron un editorial conjunto en el que argumentaban que el aumento de 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales suponía “la mayor amenaza contra la salud global”. Pero el actual rumbo va mucho más allá, hasta una subida de tres grados en 2100. 

El cambio climático está multiplicando las olas de calor, intensificando los incendios forestales, aumentando las inundaciones y empeorando las sequías, fenómenos que a su vez provocan un incremento de la mortalidad relacionada con las altas temperaturas, los problemas de gestación y las enfermedades cardiovasculares. También están las consecuencias indirectas, que amenazan con echar por tierra décadas de mejoras en seguridad alimentaria y calidad del agua: la sequedad del suelo tiene un impacto sobre la malnutrición y las temperaturas elevadas y los súbitos cambios en los niveles de humedad pueden facilitar los hábitats idóneos para los mosquitos que contagian malaria y dengue, así como los patógenos que provocan enfermedades como el cólera.  

Mientras tanto, las infraestructuras encargadas de curar o al menos paliar todas estas dolencias, los hospitales, se encuentran detrás de una parte importante de los factores que las provocan.