National Geographic

Estos son los 4 pueblos de Murcia que han dejado a toda España fuera del concurso por ser "el más bonito" del país

Todos los finalistas seleccionados por National Geographic estaban en la Región de Murcia

Todos los finalistas a 'pueblo más bonito de España' están en Murcia Ejemplo de bellezar rural

Todos los finalistas a 'pueblo más bonito de España' están en Murcia Ejemplo de bellezar rural

Abril Escalante

Abril Escalante

Clasificar la belleza siempre ha sido una tarea escurridiza, casi imposible de definir con reglas fijas. Pero aunque pueda parecer un ejercicio arbitrario, seleccionar a los pueblos “más bonitos” es también una herramienta poderosa: sirve para poner el foco en aquellos lugares que, por su historia, su paisaje o su patrimonio, merecen una mirada más atenta. Cuando estas valoraciones proceden de publicaciones de referencia como Viajes National Geographic, su impacto se multiplica: la visibilidad genera turismo, el turismo dinamiza la economía, y con ello surge una oportunidad para conservar las tradiciones, restaurar monumentos o revitalizar entornos que, de otro modo, podrían quedar olvidados.

Este mes de mayo los finalistas al título de pueblo más bonito de España, según Viajes National Geographic, están todos en una misma comunidad: Murcia. Cuatro localidades murcianas han sido destacadas por su singularidad y su capacidad de condensar, en pocos kilómetros cuadrados, siglos de historia, espiritualidad, naturaleza o devoción popular.

Caravaca de la Cruz

Situada en una colina vigilada por las montañas del nordeste murciano, Caravaca de la Cruz es mucho más que un enclave monumental. Su silueta está dominada por una basílica barroca construida dentro de un castillo medieval, testigo de siglos de tensiones fronterizas entre reinos cristianos y musulmanes. La localidad no solo destaca por su arquitectura religiosa, sino también por el valor simbólico de una reliquia: la Cruz de Caravaca, que según la tradición llegó milagrosamente durante una misa en pleno dominio islámico.

El pueblo se transforma en mayo durante las fiestas de la Santísima y Vera Cruz, declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Las calles se llenan de fervor, tradición y color con los Caballos del Vino, en una mezcla única de historia, leyenda y espectáculo popular.

Cehegín

A pocos kilómetros de Caravaca, Cehegín ofrece una experiencia distinta pero igualmente fascinante. Su casco antiguo, declarado Conjunto Histórico Artístico, es un laberinto de callejuelas empedradas que se enroscan alrededor de iglesias, soportales barrocos, escudos nobiliarios y casas en cascada. Desde sus múltiples miradores, la vista se pierde entre los tejados rojizos y el mosaico agrícola del valle del río Argos.

Pero Cehegín no es solo imagen; bajo su suelo yacen las huellas de una ciudad perdida: Begastri. Íberos, romanos y visigodos dejaron allí un legado que sigue desenterrándose poco a poco. Además, su cercanía con la Vía Verde del Noroeste lo convierte en punto de partida ideal para quienes desean explorar la región a pie o en bicicleta.

Calasparra

Si hay un pueblo murciano en el que la geografía y la espiritualidad se dan la mano ese es Calasparra. El acceso al Santuario de la Virgen de la Esperanza, excavado en la roca junto al río Segura, es casi cinematográfico: un sendero flanqueado por chopos y bañado por la luz filtrada entre las hojas conduce a una gruta donde se veneran dos imágenes marianas.

Calasparra también destaca por su relación con el agua. No solo por el murmullo constante del Segura, sino por sus afamados arrozales con Denominación de Origen y por la impresionante Cueva del Puerto.

Moratalla

El paisaje que rodea Moratalla es abrupto, agreste, profundamente montañoso. Enclavado entre barrancos y pinares, este pueblo mantiene su esencia medieval en cada rincón de su casco antiguo. Su castillo y la Torre del Homenaje, aún en pie sobre un promontorio rocoso, anuncian al visitante que se adentra en tierra de historia y tradición.

Pero si hay algo que define a Moratalla es el sonido: el de los tambores que retumban durante la Semana Santa, en una tamborada con siglos de antigüedad. También su silencio, el que envuelve los abrigos rupestres de Cañaica del Calar y Fuente del Sabuco, declarados Patrimonio de la Humanidad.

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