Evitar bulos y desinformación sobre el apagón entre ancianos y adolescentes: así hay que actuar para atajarlos
Así hay que tratar con las personas más vulnerables a la desinformación

Apagón en una ciudad / FEDERICO PARRA
Más allá de las pérdidas económicas que hayan podido derivarse del insólito apagón general que ha afectado a España y Portugal el pasado 28 de abril, hay otro frente abierto que preocupa a las autoridades y a los expertos: el de los bulos y la desinformación. Este fenómeno (que tiende a dispararse con fuerza en contextos de incertidumbre y crisis) ya se ha visto en otras situaciones recientes como la pandemia de la COVID o la DANA que azotó Valencia hace tan solo seis meses.
Tal y como alertan especialistas en comunicación y análisis de datos, los grupos más vulnerables a este tipo de desinformaciones son, por un lado, las personas mayores, y por otro, los adolescentes. En ambos casos la exposición a contenidos falsos suele ir acompañada de una limitada capacidad para identificar su veracidad. Fuentes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) señalan que mientras los mayores tienden a reenviar mensajes alarmistas sin contrastarlos, los más jóvenes, pese a su familiaridad con lo digital, a menudo carecen de pensamiento crítico ante lo que consumen en redes sociales.
Las autoridades llaman a evitar la desinformación sobre el apagón
En su primera comparecencia tras el apagón, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hizo hincapié en “la importancia de evitar la propagación de bulos y desinformaciones que solo contribuyen a generar más caos y miedo”. Esta llamada de atención pone sobre la mesa una cuestión clave: la necesidad de que quienes tienen mayor alfabetización digital asuman un papel activo frente a estas situaciones.
No se trata solo de no compartir información dudosa. El reto está en hacer pedagogía, explicar, ayudar a otros (especialmente a los más vulnerables) a distinguir entre lo que es un hecho contrastado y lo que no lo es. En este sentido, organismos oficiales como el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital y el propio INCIBE han insistido en varios puntos clave: desconfiar de mensajes sin fuente clara, verificar la información en medios contrastados, no reenviar cadenas alarmistas y ante la duda consultar siempre los canales institucionales.
Pedagogía para cortar bulos y rumores
Para quienes tienen un mayor dominio del entorno digital, este tipo de crisis ofrece una oportunidad importante para ejercer un rol activo: el de ser mediadores informativos. Eso implica ir más allá del consumo individual y asumir que parte de la solución pasa por explicar, con calma y claridad, qué es un bulo, cómo se detecta y por qué es perjudicial compartirlo.
Una de las primeras cosas que conviene explicar (sobre todo a personas mayores que reciben muchos mensajes por WhatsApp o Facebook) es que no todo lo que se reenvía muchas veces es cierto. La repetición o viralidad no es garantía de veracidad. Es útil enseñarles a desconfiar de mensajes alarmistas que no citan ninguna fuente clara, que están escritos con muchas mayúsculas o signos de exclamación y que apelan a emociones fuertes como el miedo o la indignación. También es importante recordar que si algo suena demasiado extremo o exagerado, probablemente no sea cierto.
Con los adolescentes el enfoque debe ser distinto, pero igual de directo. Aunque dominan la tecnología, muchas veces no tienen herramientas para evaluar la fiabilidad de lo que ven en TikTok o Instagram. Una estrategia eficaz puede ser mostrarles ejemplos de noticias falsas y comparar cómo se presentan frente a una noticia contrastada. Animarles a buscar la misma información en distintas fuentes fiables (como RTVE, EFE o medios con trayectoria contrastada) también puede ayudarles a desarrollar un pensamiento más crítico.
Desde los organismos oficiales, además, se recomienda aplicar una especie de “triple filtro” antes de compartir cualquier contenido: ¿Quién lo dice? ¿Dónde se publica? ¿Por qué debería ser creíble?. Si no se puede responder a esas tres preguntas con claridad, lo más prudente es no compartirlo. A veces, un simple “no sé si esto es verdad, mejor no lo paso” puede frenar una cadena de desinformación antes de que se propague.
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