Levantarse para ir a trabajar no suele ser el momento favorito del día, y mucho menos si tienes que montarte en un tren de Cercanías para hacer el trayecto Murcia - Alicante a las siete de la mañana. Pero, aunque parezca inverosímil, un profesor de Historia ha encontrado en este escenario de madrugadores un rayo de esperanza para tener fe en nuestra sociedad. 

Pascual Gil Gutiérrez (“profe de Historia”, según su perfil de Twitter) compartió en noviembre del año pasado un hilo en Twitter donde contaba una dulce anécdota durante un viaje en Cercanías desde Murcia hasta la ciudad de Alicante. 

El profesor cuenta que, “como de costumbre” el tren “iba a reventar, con la mala suerte de que hoy me he tenido que quedar de pie”. Lo que podría parecer un contra, se convirtió en un problema después de que Pascual se decidiera “simplemente a observar”. 

La síntesis de su estudio es contundente: “lo que he visto me ha encantado”. Tras 40 minutos diseccionando al resto de pasajeros que entraban y salían del vagón, Pascual detectó “un porcentaje altísimo de pasajeros de ambos vagones que iban leyendo”. 

Entre la cantidad de “clásicos, novelas, cómics y hasta novela gráfica ¡Y todo en papel!” que pudo discernir este profesor de Historia, se encontraban “‘El Nombre de la Rosa’, la obra mítica de Umberto Eco”; “‘El carreró dels Miracles’ del egipcio Naguib Mahfud”; o “‘Los surcos del azar’ de Paco Roca”. 

Pero, además de los ávidos lectores que compartían vagón con este profesor, también había “una chica muy joven, de unos 19 o 20 años, que se aplicaba con una concentración imperturbable en rellenar un cuaderno” con partituras musicales: “estaba componiendo, y se pensaba cada nota como si fuera la cosa más importante de la Tierra”.

A la par que la joven compositora “un chico, más joven aún, de unos 16 o 17 años. Garabateaba distraído en un bloc de dibujo”, lo que Pascual pudo distinguir como “una representación perfecta de algunos personajes de One Piece".  

Para terminar, el docente es capaz de captar cómo un “pequeño grupo (dos chicas y un chico)” miraban la pantalla de un teléfono para analizar una coreografía. 

“La gente tiene sed de saber” 

Al final de su relato, el profesor cuenta cómo le ha puesto de “buen humor” comprobar que “la sociedad real, la del día a día, la de la gente normal se parece poco y nada a la imagen oficial”: una imagen que para él “se nos proyecta y con la que se nos machaca desde los medios, partidos, internet”. 

La anécdota de este profesor sería la prueba de que “las personas siguen siendo un crisol de inquietudes que colmar, de talentos que perfeccionar, de potencialidades que actuar” más allá de los “intentos denodados por privatizar el conocimiento, por volver a una sociedad estamental y por democratizar la idiotez y la ignorancia”.