La fructosa es un hidrato de carbono simple que se encuentra en la fruta y en la miel. Este componente se absorbe en el intestino y pasa al hígado, donde se metaboliza rápidamente a glucosa.

Sin embargo, la fructosa también está presente en gran parte de los alimentos procesados, en las bebidas carbonatadas, en las golosinas o en los batidos.

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Consumida de forma natural no resulta dañina, pero ingerirla en altas cantidades a través de productos elaborados industrialmente se puede convertir en un problema para la salud.

Tanto es así que puede conducir a un desequilibrio en el metabolismo de nuestro cuerpo y causar diversas enfermedades.

Esto es lo que destaca un estudio de la Universidad de Shanghái publicado en Chinese Medical Journal.

El azúcar: Un círculo vicioso

Una característica del azúcar es que cuanto más se come, más apetece; lo que lleva a un círculo vicioso que se debe evitar.

El azúcar refinado (o sacarosa) está compuesto estructuralmente por dos formas simples de azúcares llamadas «glucosa» y «fructosa».

Aunque estos azúcares son estructuralmente similares entre sí, se metabolizan a través de diferentes vías en el cuerpo.

Por ello, si tomamos de forma abundante fruta en forma de zumo o productos procesados, como mermeladas o repostería, deberíamos limitar su consumo.

Y es que en el estudio atribuyen a la fructosa el creciente aumento de varios trastornos metabólicos como pueden ser la diabetes, la enfermedad del hígado graso o las enfermedades cardíacas.

¿Qué efectos tiene el exceso de fructosa en el cuerpo?

Los investigadores explican que la mayor parte de la fructosa que ingerimos es absorbida por las células que recubren el intestino, llamadas GLUT5 y GLUT2.

Es allí donde la fructosa se redirige para transformarse en glucosa a través de un proceso llamado «gluconeogénesis».

Sin embargo, esta reacción requiere la descomposición de una molécula llamada «ATP», la principal fuente de energía en las células.

Por lo tanto, una ingesta excesiva de fructosa puede conducir al agotamiento de ATP en las células.

Esto activaría otra vía de transformación que puede llevar a una acumulación de ácido úrico en la sangre y en las articulaciones, aumentando el riesgo de desarrollar gota.

Los expertos explican además que la activación de esta vía también puede desencadenar un incremento en los niveles de colesterol “malo” y grasa abdominal.

“Estos hallazgos pueden ayudar al desarrollo de nuevas estrategias diagnósticas, preventivas y terapéuticas para las enfermedades metabólicas», señala el profesor Weiping J. Zhang, autor principal del estudio.

Mayor precaución en diabéticos

Los pacientes diabéticos, aunque pueden consumir fructosa, deben tener mucho cuidado porque su ingesta en exceso puede producir resistencia a la insulina.

La fructosa, al metabolizarse en el hígado, no necesita de la acción de la insulina para transformarse, por lo tanto, los diabéticos la toleran mejor.

Sin embargo, está demostrado que el consumo en altas cantidades y en tiempo prolongado hace que el organismo aumente su resistencia a la insulina.

Esto puede provocar que crezca la grasa visceral, lo que directamente aumenta las posibilidades de padecer una diabetes.

Para evitar esto, se recomienda limitar el consumo de fructosa, seguir una dieta equilibrada, sana y variada indicada por un especialista y evitar la vida sedentaria.

Si nos centramos en la alimentación, algunas de las frutas con un contenido muy bajo en fructosa son el coco, el aguacate, el albaricoque y la papaya.

En el caso de los frutos secos destacan las almendras, las avellanas, los piñones, los cacahuetes y las castañas.