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"Se hace ciencia, se hace arte, o se hace el ridículo".

Stephen Jay Gould

Hoy en día miles de personas lanzan en medios de comunicación y en redes sociales las opiniones más diversas sobre la gestión de la pandemia de la Covid-19. Predicen lo que ocurrirá y aconsejan sobre qué deberíamos hacer.

En este maremágnum podemos ver en televisión a dueños de bares y discotecas indicando que en sus establecimientos no se contagia la Covid-19, a cantantes negacionistas, a actores diciendo que ir al teatro es seguro, a políticos argumentando que viajar en transporte público no causa problema alguno... Incluso a una miríada de supuestos técnicos y expertos lanzando alegatos, unos en favor de una cosa y otros de su contraria.

Son tiempos en los que el exceso de información de escasa fiabilidad abunda.

¿Qué hacer ante semejante proliferación de información confusa?

Hagamos ciencia

Es la única forma de no hacer el ridículo. Y, mucho más importante, es la forma de conservar la salud y salvar la vida.

A principios de año no se sabía nada de la Covid-19. Empezó entonces un esfuerzo científico internacional sin precedentes para comprender la nueva pandemia. Pero antes de que la ciencia pudiese argumentar conclusiones sólidas sobre la Covid-19 se desató una ceremonia de la confusión y proliferaron las opiniones, en su mayoría sesgadas por ideología o interés.

Pero la ciencia de verdad avanza a su ritmo. Observa el fenómeno, estudia toda la información existente, se plantean hipótesis, hacen experimentos para demostrar si esas hipótesis son o no ciertas, se difunden los resultados de la investigación en revistas especializadas -donde antes de publicarlos otros científicos muy cualificados revisan cuidadosamente todo lo que se hizo para asegurarse de que no hay errores-, se estudia lo publicado, se corrige, se mejora... La ciencia requiere talento, esfuerzo y mucho tiempo.

Son los científicos quienes hacen la ciencia. Por eso, lo que argumentan los científicos sobre la Covid-19 es más fiable que lo que pueden argumentar otros colectivos. Y por eso vale la pena documentarse con lo que difunden los científicos.

En este sentido la primera pregunta que se nos plantea es ¿Cómo podemos saber si algo que leemos está dicho por un científico competente?

Es fácil. Los científicos publican los resultados de sus investigaciones en revistas especializadas. Y hay numerosas instituciones que se dedican a evaluar el impacto que tiene la labor de un científico.

Por ejemplo, Google tiene una aplicación -Google Scholar- que está al alcance de todos y en la que se recoge todo lo publicado por cada científico. Basta entrar ahí, poner el nombre del autor en cuestión y comprobar lo que ha hecho.

Si lo hacemos nos llevaremos alguna sorpresa. Veremos que buena parte de los supuestos técnicos que tanto proliferan en los medios no han hecho la menor contribución al desarrollo de la ciencia en toda su vida.

Sin duda es más fiable tener información de "primera mano".

Porque ahora la ciencia. aunque sigue sin saber todo, ni muchísimo menos, está dando respuesta a muchas de las cuestiones que plantea la pandemia de la Covid-19 y el virus que la produce: el SARS-CoV-2.

Es evidente que médicos y epidemiólogos juegan un papel destacadísimo a la hora de comprender la Covid-19. Pero otros muchos científicos como farmacólogos, biólogos poblacionales y moleculares, veterinarios, químicos, bioquímicos, matemáticos, físicos, ingenieros, etc. resultan imprescindibles para entender lo que está pasando.

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En una serie de artículos que comenzamos hoy, intentaremos buscar respuestas a las preguntas más frecuentes, ateniéndonos sólo a lo que dice la ciencia.

Son artículos escritos por dos científicos, investigadores y catedráticos, uno de ellos Académico correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia. Y su participación es fundamental para que nuestros lectores sepan lo que deben hacer y cómo comportarse para mantenerse lo más alejados posible del contagio.

Ningún comportamiento es una garantía absoluta de que nos mantendremos a salvo, pero sin duda, una buena información puede salvar vidas.

Además, Eduardo Costas y Victoria López Rodas son miembros de la Comisión Científica de BuscandoRespuestas.com, y su aparición en Google Scholar es la que pueden ver en la imagen:

Si buscan a otros que estos meses ejercen de científicos, verán que el cuadrito con la pluma ni aparece.

Pero empecemos a buscar respuestas a las preguntas fundamentales.

¿Qué es este coronavirus? ¿es un bicho?

El SARS-CoV-2 es un organismo extremadamente simple. Un ser humano está compuesto por aproximadamente 30 billones de células de diferentes tipos. Cada una de estas células tiene alrededor de 30.000 genes. El SARS-CoV-2 coronavirus apenas tiene 10 genes. No lo podemos considerar ni siquiera un 'bicho' porque sus genes no son suficientes como para mantenerlo vivo. Así que solo pueden replicarse dentro de una de las células que infectan. Fuera de ellas no hacen nada, ni se mueven, ni tienen metabolismo; no son más que unas cuantas moléculas totalmente inertes.

Pero millones de años de evolución los han convertido en máquinas de replicarse a sí mismos extremadamente eficaces. Al entrar en una célula toman el control de su maquinaria molecular y la ponen a fabricar nuevos coronavirus aprovechando los materiales de la propia célula infectada.

Una sola célula infectada por un único coronavirus produce cientos de coronavirus en pocos minutos. Se llena de ellos hasta reventar, y estalla liberándolos al medio. Los virus liberados reiniciarán el proceso al llegar a otras células vecinas.

Así es como los coronavirus proliferan a un ritmo endiablado una vez que infectan a alguien.

¿Cómo se mueve el SARS-CoV-2 para llegar a contagiarnos?

Antes de empezar a infectar, los coronavirus tienen que llegar hasta sus dianas. Y una cosa es llegar hasta una célula vecina a la célula donde se replicó y otra es llegar hasta una nueva persona. En ambos casos la manera que tienen de hacerlo está condicionada por su 'pequeño' tamaño.

Para entenderlo comparemos a un coronavirus con nosotros. Una persona media pesa alrededor de 70 kg y mide 170 cm de estatura. Un SARS-Cov-2 es relativamente grande para ser un virus. Pero, en proporción a un ser humano, es diminuto: aproximadamente 75 trillones de veces más pequeño.

El que los virus sean tan pequeños y nosotros tan grandes hace que las leyes de la física que rigen nuestros respectivos mundos sean muy diferentes. El mundo que nos resulta familiar es muy distinto al mundo de un coronavirus. Por eso nos cuesta entender como nos contagia un coronavirus.

Entramos aquí en una parte un poquito más complicada que intentaremos explicar con claridad.

Un nuevo coronavirus se sintetiza dentro de una célula y siempre está rodeado de agua. Pero el SARS-CoV-2 es tan pequeño que el agua le resulta muy viscosa. Es como si nosotros estuviésemos en el fondo de una piscina que en vez de agua tiene un alquitrán extremadamente viscoso y solo podemos mover los brazos a la misma velocidad que la manecilla del reloj que marca las horas.

Físicamente hablando, el SARS-CoV-2 vive en un mundo condicionado por bajos números de Reynolds. Esto significa que las fuerzas de inercia no tienen apenas importancia frente a las fuerzas de viscosidad. A nosotros nos ocurre al revés. Y podemos entrar y salir del agua porque nuestra fuerza de inercia supera en mucho a la viscosidad del mar, por ejemplo.

Así que el agua tiene atrapado al coronavirus como una sustancia extremadamente pegajosa. Y él solo puede desplazarse pasivamente llevado por el agua que lo rodea.

Eso es lo que aprovechan para infectarnos.

Cuando respiramos, hablamos, tosemos o estornudamos, eliminamos millones de gotitas. Y este es el medio que utilizan los coronavirus para salir de una persona y llegar hasta otra. Por eso vale la pena detenerse a estudiar este proceso.

Lo más sorprendente ocurre en la frontera que separa el agua del aire, donde actúa lo que se llama la tensión superficial. Nosotros podemos atravesarla fácilmente y lo hacemos a menudo cuando nos bañamos. Cuando buceamos salimos a la superficie atravesando la tensión superficial. Ni nos es difícil, ni nos pasa nada al hacerlo.

Pero el SARS-CoV-2 es tan pequeño que no puede hacerlo. Para un coronavirus la superficie de una gotita es tan infranqueable como para nosotros un muro de hormigón. No puede salir de ella. La fuerza de la tensión superficial es suficiente para destruirlo. Si la gota en la que está se va secando, su espacio se reduce. Y cuando le alcanza la menguante de la gota que se evapora se acabó. De este modo, los coronavirus nunca pueden salir del agua y conservar su integridad.

Por eso su destino está condicionado al de las gotitas que los transportan.

¿Cómo contagia el coronavirus y cómo protegernos?

Desde hace décadas los físicos estudiaron experimentalmente cual es el destino de las gotas de agua que se dispersan en la atmósfera en función de su tamaño, la temperatura, la humedad, etc. Hoy en día se conoce perfectamente. Y nos permite saber qué ocurrirá con el coronavirus.

Empecemos por el destino de las gotas más grandes que producimos al respirar fuerte, hablar alto, toser o estornudar. Estas gotas pueden llevar muchos virus en su interior, por lo que son especialmente peligrosas. Y pueden salir propulsadas por un fuerte estornudo o tos.

Si estas gotas nos alcanzan en las mucosas húmedas de la nariz, la boca, o los ojos se fusionan con la capa de agua que las recubre. Y desde ese momento 'viajarán' pasivamente en esta agua. Y así el virus puede alcanzar las células diana.

Si las gotas caen sobre nuestra piel, no pueden atravesar la barrera de células muertas de la epidermis. Terminan secándose relativamente pronto y el virus muere. Algo similar ocurre si caen en la ropa. El problema en estos casos ocurre cuando, mientras aún no se evaporaron. las tocamos con la mano y luego nos tocamos la nariz, la boca o los ojos. Es otra manera en la que podemos transportar estas gotas hasta las mucosas y contagiarnos.

Por eso, para evitar contagiar a otros es muy importante incorporar una barrera física (el codo, un pañuelo...) que impida que estas gotas grandes lleguen lejos. De aquí vienen las recomendaciones de las autoridades sanitarias para que nos tapemos la nariz y la boca al toser o estornudar.

¿Por qué se empeñan en que guardemos distancias?

Una vez que salen a la atmósfera, la gravedad tira de estas gotas grandes hacia abajo y caen relativamente pronto. Para evitar contagiarnos por los virus transportados en estas gotas grandes resulta efectivo mantenerse a una distancia de seguridad suficiente. De aquí viene la recomendación de mantener una distancia de 2 metros. También es eficaz usar las mascarillas y de aquí la insistencia de las autoridades sanitarias en que las usemos.

Se ha insistido mucho menos en utilizar gafas de protección para los ojos. Pero se deberían usar. Es muy recomendable.

¿Por qué tanto lavado de manos y tanto alcohogel?

Cuando caen sobre una superficie, los coronavirus siguen vivos hasta que la gota se evapore. Y no se le escapa a nadie que, si hace frío, hay mucha humedad y poca ventilación, estas gotas pueden durar mucho tiempo. Y nosotros podemos tocar estas superficies con la mano y después tocarnos la nariz, boca u ojos.

De aquí viene la recomendación de lavarnos las manos a menudo, no tocarnos la boca, la nariz, ni los ojos y desinfectar frecuentemente las superficies expuestas, sobre todo en lugares donde hay mucha gente.

No olvidemos que estas gotas pueden ser grandes y llevar una elevada carga de coronavirus, lo que provocaría un contagio con una alta dosis infectante. De ahí que debamos ser extremadamente cuidadosos con este tipo de contagios.

Y deberíamos convencernos con urgencia de que esas gotas salen siempre, aunque no las veamos, y más cuando, por ejemplo, pronunciamos la 'p'. Y si no tenemos cuidado pueden ocurrir verdaderos desastres: imaginemos lo que pasará si estas gotas caen sobre tapas o platos de comida en bares y restaurantes...

¿Por qué son un gran peligro los lugares cerrados?

La cosa se complica porque, además de estas gotas grandes, cuando respiramos, hablamos, tosemos o estornudamos, también producimos gotas mucho más pequeñas. Por supuesto van a transportar muchos menos virus por gota. Pero producimos muchísimas más de estas gotitas.

También producimos gotas medianas. Tendrán un comportamiento intermedio entre las grandes y las pequeñas. Por eso nos centraremos en estudiar estas gotas pequeñas.

El problema está en que las gotas pequeñas se comportan de forma diferente a las grandes. Su bajo número de Reynolds hace que en ellas predominen las fuerzas de viscosidad del aire. Esto significa que pueden mantenerse flotando sin caer mucho más tiempo y llegar más lejos que las gotas grandes.

Su destino se ve también condicionado por la temperatura y la humedad. En un ambiente seco y cálido se evaporarán rápido. En uno fresco y húmedo durarán mucho mas tiempo.

Así, en las condiciones adecuadas, estas gotas pequeñas pueden permanecer flotando en el aire mucho tiempo y llegar muy lejos. Representan un gran peligro.

Un ejemplo: Imagina que entras a tomar un vino en una tasca poco ventilada, fresca y húmeda (tal y como son buena parte de estos establecimientos). 20 minutos antes que tu ha salido del local un infectado en fase de contagiar, que ha estado sin mascarilla mientras se tomaba su consumición y ha hablado alto (como es habitual en estos locales). Cuando te saques la mascarilla para beber o comer tienes una probabilidad bastante alta de contagiarte con estas microgotas que se mantienen en el aire.

En el caso de estas microgotas más pequeñas, hay que utilizar todas y cada una de las recomendaciones que se usan en el caso de las gotas más grandes. Pero no son suficientes.

Como respiramos continuamente y hablamos a menudo, la distancia de seguridad que necesitamos en estos casos es mucho mayor que en el caso de las gotas más grandes. En ocasiones 8 o 10 metros podrían no ser suficientes.

Por eso es mejor mantenernos todo lo posible en el exterior. Limitemos nuestra permanencia en ambientes de interior y asegurémonos de que se ventilan al máximo.

Para prevenir el contagio por estas gotitas no llega con utilizar barreras físicas al toser o estornudar. Hay que usarlas siempre que respiremos o hablemos. Por eso debemos acostumbrarnos a utilizar mascarillas de buena calidad y nivel de protección adecuado la mayor parte del tiempo. Protejamos a otros y protejámonos a nosotros mismos utilizando las mascarillas.

En este caso utilizar gafas de protección para los ojos puede ser vital.

Hay que cuidarse, protegerse y proteger a los otros. Cuando tengamos que estar en ambientes peligrosos, como interiores poco ventilados donde pasa mucha gente, extrememos las precauciones. Usemos mascarilla, gafas e incluso pantalla protectora.

No fallemos nunca. A muchos la Covid-19 no les dio una segunda oportunidad.

Desafortunadamente, al principio de la pandemia algunos gestores de salud pública no le dieron la importancia debida a este mecanismo de transmisión por gotas pequeñas.

Costó contagios. Costó vidas.

Mientras no sepamos algo seguro, extrememos la prudencia. Y seguiremos buscando respuestas a las preguntas fundamentales.

La entrada Porque una buena información ayuda a salvar vidas... ¿Qué sabe la ciencia de cómo contagia el coronavirus?(1) se publicó primero en BuscandoRespuestas.