La noche de hace 25 años en que el Muro de Berlín se vino abajo, la señora Eva Schenk, recogida en su casa del sector este de la ciudad dividida, se echó a llorar. La televisión informaba de las nuevas disposiciones para viajar fuera de la prosoviética República Democrática Alemana (RDA). Günter Schabowski, un portavoz del politburó, explicaba en rueda de prensa que habría libertad de tránsito desde la RDA hacia Alemania occidental y, en concreto, hacia Berlín Oeste. Un periodista preguntó cuándo entraría en vigor esa javascript:cargarFckEditor('pTexto');norma. Schabowski, confuso, miró sus papeles y dijo: "Si mis informaciones son correctas, hasta donde llega mi conocimiento, inmediatamente".

Era el 9 de noviembre de 1989, y las palabras del aturdido portavoz volaron a todos los rincones. Era ya tarde cuando una multitud de berlineses del este se plantó ante el odiado Muro que partía en dos el corazón de la capital alemana desde hacía 28 años. La policía germanooriental de frontera, abrumada, abrió las cancelas. Esa noche, la puerta de Brandemburgo fue una fiesta en la que berlineses del este y el oeste se abrazaban entre lágrimas. El Muro había caído, la reunificación de Alemania se vislumbraba, y la guerra fría entre capitalismo y comunismo tocaba a su fin.

Eva Schenk-Berlín Oriental

"Lloré por dos motivos: porque al fin habría libertad, pero lloré también porque comprendí que la RDA se acabarían"

Eva tenía el día que cayó el Muro 56 años. Ahora con 81, vive en la misma casa del barrio de Weissensee

Eva Schenk, que tenía entonces 56 años, lloró en el comedor de su casa ante la televisión. "Lloré por dos motivos -explica ahora, a sus 81 años, en la misma casa del barrio de Weissensee-. Porque al fin habría libertad, se podría viajar, esto no sería ya un encierro ;y sentí gran alegría. Pero lloré también porque comprendí que la RDA se acabaría, y mis ideales socialistas se rompían". Como estaba delicada de salud, nosalió a respirar el aroma de Occidente.

Mientras, esa misma noche en Berlín Oeste, la señora Hannelore Kassal no quiso ni acercarse a ver cómo se desmoronaba el Muro que tantas desdichas le había ocasionado años atrás. En su piso del barrio de Charlottenburg siguió los acontecimientos por televisión. "Mi hijo Lutz, que ya era mayor y se había independizado, vino a casa, y lo comentamos; pero yo no salí, al día siguiente tenía que trabajar", resume.

En 1974, a sus 32 años, embarazada de tres meses y con Lutz que tenía diez años, Hannelor Kassal huyó de Berlín Este, donde había transcurrido su vida hasta entonces, para pasarse al sector occidental. Allí le esperaba su futuro marido, el español Manuel Rubio Benito, que vivía en Berlín Oeste y había organizado el plan de fuga.

La pareja se había conocido en el este, donde él tenía el paso expedito por su pasaporte español. "Yo era dependienta en una tienda de modas y él entró a comprar", recuerda. Comenzó su relación sentimental, siempre vigilados, aunque entonces no se percataban. Un domingo, con su futura hija Kerstin en el vientre, Hannelore y el pequeño Lutz subieron a un coche conducido por un hombre enviado por Manuel y se dirigieron a la cercana ciudad de Potsdam, en la RDA. Pero había demasiada policía, así que dejaron la fuga para el domingo siguiente. "Entonces sí funcionó; de Potsdam fuimos de noche en coche hacia el bosque, allí nos esperaba otro coche, y Lutz y yo nos quitamos los zapatos y nos metimos en el maletero, entre almohadas", recuerda. El trayecto duró una hora, en silencio, y al llegar al puesto de control, con música a todo volumen, oyeron al conductor hablar con los policías germanoorientales. Pero nadie sospechó, y al poco, madre e hijo ponían pie en Berlín Oeste.

Hannelore Kassal-Berlín Occidental

Por el contexto me di cuenta de que alguien de mi familia había estado informando sobre mía la Stasi

Hannelore huyódel Este hacía el Oeste,lo que provocógraves problemas a su padre,perteneciente al gobierno de la RDA

"Era verano, hacía muy buen tiempo, y mi difunto marido, que era maestro, estaba de director de una casa de vacaciones con 150 niños a su cargo durante una semana", recuerda la germanooriental Eva Schenk del día de la construcción del Muro. La noticia se expandió como la pólvora. "Mi marido me telefoneó muy nervioso; al saberse lo del Muro, todo el personal de cocina había huido; en la casa tenían comida pero no quien la preparase, y había que dar de comer a los niños -rememora-, así que fui y cociné lo que encontré". Para el matrimonio Schenk, el Muro fue un mazazo, pues ambos creían en el comunismo.

De hecho, Eva Schenk, que de joven vivía en la Alemania Occidental, eligió trasladarse a la RDA, y en ese sentido su historia se asemeja a la de Hannelore Kassal, que hizo el camino contrario. Nacida en 1933 en la entonces ciudad libre de Danzig (hoy Gdansk, en Polonia), Eva y su familia, como toda la población germana de la Europa Oriental, tuvieron que marcharse a Alemania al acabar la guerra por decisión de los vencedores. La familia acabó instalada cerca de Göttingen, en la RFA, donde ella se formó como vendedora y tuvo a su primer hijo, Thomas. En 1955 viajó a Berlín Este a la boda de su hermana, y allí conoció a su futuro marido Horst Schenk. Aún no existía el Muro, y se instalaron en el sector oriental al año siguiente.

"En la RDA había ventajas: hombres y mujeres cobraban lo mismo, había guarderías, se podía estudiar; conseguí el diploma de maestra, y luego el de profesora de instituto, y trabajé", explica Schenk. Pero la erección del Muro, y los impedimentos para ir a ver a su familia en la zona occidental, más la creciente corrupción en la RDA, la afectaron mucho. El Muro, que en 1961 era aún rudimentario, fue desarrollándose hasta convertirse en una fortificación temible y mortífera.

Para Hannelore Kassal, que tiene ahora 73 años, el Muro cobró significado al comenzar su relación con Manuel -llevan tiempo divorciados- y ver las dificultades para materializarla. Nacida en 1941 en Leipzig por circunstancias de la guerra, ella y su familia son de Berlín y vivían en Berlín Este. "Mi padre estaba en el partido y en el gobierno, así que mi huida le causó muchos problemas, y eso no me daba paz -recuerda Kassal-. Tampoco me dejaron tranquila en Berlín Oeste; aunque estaba embarazada, durante todo un año tuve que ir a declarar casi cada día ante la policía federal alemana, los americanos, los franceses, los británicos?

Yo no era nadie pero mi padre, en el otro lado, sí lo era". El espionaje mutuo era corriente. Kassal constató que los occidentales que la interrogaban conocían en detalle su vida en el este, lo cual la llenó de desasosiego, y tras caer el Muro en 1989, descubrió con horror muchas miserias. Por ley, los ciudadanos de la ex RDA tienen derecho a ver el expediente que sobre ellos tenía la Stasi, la temida policía secreta germanooriental, pero se les enseña con los nombres tachados, para evitar venganzas. "Por el contexto me di cuenta en seguida de que alguien de mi familia, no sé quién, había estado informando sobre mí a la Stasi; y eso es muy doloroso", concluye. En su expediente figuraban datos tan acusadores como que, en una cita con Manuel en un restaurante de Berlín Este, escribió "Ichliebedich" (te quiero) en una servilleta de papel.

El Muro caído hace ahora 25 años marcó muchas vidas como las de estas dos señoras amables y serenas. Para Eva Schenk y Hannelore Kassal, estos 25 años han pasado como un soplo. "Me he ido identificando con el nuevo estado, porque creo que se dan valores importantes para mí: paz, libertad, tolerancia, justicia, solidaridad con los débiles -dice Schenk, que no mira con nostalgia a la RDA-. Aunque creo que en igualdad entre mujeres y hombres se podría hacer más".

Para Kassal, que recibe una pensión discreta pese a haber trabajado desde los 14 años, resulta difícil de aceptar que los alemanes occidentales deban seguir contribuyendo al despegue económico del este. "Ahora ya han reconstruido todos los edificios, ¿por qué tenemos que seguir pagando? En Alemania occidental hay muchas personas, sobre todo jubilados, que no llegan a fin de mes", protesta.