Hubiera sido más fácil contar la primera vez que escuché a Los Beatles, o el primer vuelo en avión, o, sin presumir, aquel primer «bolo» musical en un club de jazz, en la Costa Azul. En las páginas de este especial se van a contar muchas cosas de aquellos tiempos. Uno, que empieza a estar de vuelta de todo, toma las cosas a su bola, y con su perspectiva. Aquel cambio tuvo una enorme repercusión en las grandes y medianas urbes, en las capitales de provincia y en sitios así. Pero, si me lo permiten, me gustaría remitirme a como pudo hacerse la cosa en las poblaciones pequeñas, en las pedanías y en los lugares aislados. La literatura ha contado la presencia de familias y elementos sociales con gran influencia: clero, guardia civil y policía, viejas glorias del ejército y otros durante muchos años. Y la cosa venía de los tiempos del caciquismo ancestral, los elementos de poder dominaban esos núcleos rurales. Y, gustase o no, estaba asumido por todos.

Ahora bien, el desarrollo social y económico del estado gobernante había generado un tímido cambio de actitud entre los círculos de poder locales. Había que tratar de conservar «la esencia de los últimos 40 años», pero dando un toque a los nuevos tiempos que traían nuevas normas.

Es sabido que en las pequeñas poblaciones se conocen no solo las personas sino también a sus padres y resto de la familia.

Cuando llegó la «transición», la cosa se tomó de diferentes formas, según el poder o la inteligencia de los que dominaban el cotarro. Para la mayoría de los vecinos, la expectativa del cambio les suponía una cierta inquietud. Se acababan los servilismos, los señoritos y la costumbre ancestral. Para otros, era cosa esperada y ansiada. Algunos elementos de la comunidad predecían casi «la fin del mundo», y otros incluso se armaron, por si acaso. Sin embargo para los murcianos de los pequeños pueblos y lugares, acostumbrados a superar las peores calamidades, la cosa se tomó con la mayor tranquilidad.

«¡Ahora hay que elegir al alcalde! ¡Y no lo nombra el Señor Gobernador como en los últimos años!».

Pues se nombraba al que decían que era el mejor. Y se iba a ver como venía la cosecha de almendra, o de limones, o de alcachofas. Que el nuevo alcalde es socialista o «rojo». No importa. Es el hijo de tal o el nieto de cual, y lo va a hacer bien. Lo importante es que, a ver si ahora nos arreglan la carretera, o nos ponen un consultorio decente.

En los núcleos de población pequeños, todo se sabe y todo se comenta. Los que eran «rojos» y quemaron la ermita, y los que eran «azules» y fusilaron al panadero, porque era amigo del alcalde de Murcia, que había sido republicano. ¿Y los que se fueron a Francia, para salvarse?

-¿Te acuerdas de la Loli, que la preñó un americano de los de las «internacionales»?

-Que te equivocas. Esa no fue la Loli. Fue la Monse. Que luego se fue con él a América. Y vive en «Guasinton». La Loli, al final se casó con el Romualdo, el de la estación, y como lo han ascendido, ahora tiene una casa grande cerca de Atocha, en Madrid.

Ente los alcaldes de aquellos años había de todo, puesto que la cosa se esperaba. Unos tenían preparada una pistola por si acaso, los menos, y los demás, a la expectativa. Como en la foto. Se sabía que el color iba a cambiar.

Mientras tanto, se miraba al cielo por si llovía, que en realidad era lo necesario€