Tras mucho meditar sobre este encargo de escribir acerca de los 40 años de ayuntamientos democráticos que llevamos corriéndonos por nuestras castigadas venas, he decidido, con el permiso de ustedes, hacerlo en píldoras, o en estampas, y a ver si tenemos suerte y no resulta muy aburrido. He pensado que, como 40 años es mucho, podría tratar de dedicar esto a los principios de aquella vida nueva que nos llegó. Se trata de relatar aquí, sucintamente, algunas situaciones que quizás puedan ser significativas del ambiente de ilusión, de ansias de libertad, de ganas de hacer lo que hiciera falta para que aquello de la democracia funcionara que teníamos la inmensa mayoría de los españoles. Comencé a escribir en los periódicos regionales en 1974, y esta circunstancia me facilitó tener acceso a los hombres y a las mujeres que se dedicaban a la política en aquel tiempo, así que todo lo que les relato aquí son momentos vividos.

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El día que legalizaron al Partido Comunista fui con dos amigos a la sede que tenían en la calle Cuatro Santos de Cartagena. Es indescriptible la alegría, la emoción que se vivía en aquel local. Mujeres y hombres que habían pasado años en la cárcel por haberles encontrado una fotocopiadora y unos panfletos en su casa, se abrazaban con el abogado que habitualmente los defendía. Algunos contaban cómo fueron sus detenciones, los sufrimientos que habían pasado, lo terrible que había sido perderlo todo. Cuando llevábamos más de una hora por allí, un tiempo lleno de lágrimas y de risas, uno de los amigos que había ido conmigo y con el que me veía casi todos los días, pidió silencio. La gente se calló, él sacó de su bolsillo un carné del PC y se lo entregó al responsable del partido. Entonces, dijo: 'He pertenecido a esta organización un montón de años, pero, ahora, que es legal, quiero darme de baja. Lo que quería vivir en el PC, su lucha, ya lo he vivido, aunque siempre me tendréis si me necesitáis'. Yo me asombré al saber que mi amigo había sido del PC todo ese tiempo y que nunca me dijera nada, ni a mí, ni a nadie, creo. Escribo esto aquí porque de aquel ambiente salieron después las listas del PC a los ayuntamientos, o sea que todos tenían una historia detrás, pero supieron superar las miserias, los rencores y las diferencias, e integrarse en la democracia.

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Muchos compartimos la tremenda ilusión que se vivió con el nacimiento de los ayuntamientos democráticos. Aquellas primeras listas de los partidos para las elecciones se confeccionaron con el personal militante del que disponían, sin poder elegir mucho en cuanto a preparación o idoneidad. Esto dio lugar a sorpresas. Es decir, cuando algún alcalde electo vio que había ganado y que tenía que repartir las concejalías entre los compañeros de su lista, al revisarla a fondo, se le cayeron los palos del sombraje. Uno de esos alcaldes me llamó un día y me pidió si podría echarle una mano en los temas de Cultura porque el concejal que tenía funcionaba muy bien en Festejos, pero que, de Cultura, andaba algo flojo. Le dije que sí, claro (muchos ciudadanos prestábamos a los políticos nuestra ayuda o asesoramiento, sin ser de ningún partido, y sin cobrar. Eran otros tiempos. Y comencé a hacer cosas, en la sombra, claro. Pero el concejal sí sabía que era yo el que mangoneaba, y, como es natural no le sentó muy bien. Un día estábamos el alcalde y yo en su despacho preparando el primer concierto de gran orquesta que se iba a hacer en aquella ciudad, cuando entró el concejal y nos oyó hablar del tema. '¿Se va a dar un concierto y no me habéis dicho nada?', preguntó el concejal, que era más bueno que el pan, pero que estaba cabreado. El alcalde, que era muy cachazudo, le dijo: 'Oye, ¿tú sabes, en una gran orquesta, dónde va la percusión, la cuerda o el metal?' 'Yo, no', respondió el concejal. '¿Entonces€?', preguntó el alcalde. 'Sí, bueno, mejor que lo haga él', respondió el hombre, levantándose de la silla: 'Pero decidme algo de las cosas, coño, que soy el 'consejal'.

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Un día, un consejero del Gobierno Regional me dijo: 'Enrique, tú no puedes llegar lejos. No sé por qué te dedicas a las mariconadas de la Cultura'.

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Otra cuestión importante de aquellos tiempos eran los fichajes que hacían los partidos. Una noche, pasadas las doce, me llamó un político importante -Andrés Hernández Ros, voy a decirlo, pero no quiero poner aquí muchos nombres-. Me preguntó dónde estaba un amigo mío con el que quería hablar esa misma noche, porque lo estaba llamando y no respondía (no había móviles). 'Está en el hospital. Lo han operado esta tarde de vesícula', le respondí. 'Pues, tengo que verlo', dijo. 'Lo he dejado allí, en la habitación, con una sonda en la nariz y hecho polvo, el pobre', traté de explicarle. 'Pues voy para allá. Por favor, habla con él y pídele que me reciba', insistió. 'Vale', le dije 'nos vemos en la puerta'. Me fui al hospital. Efectivamente, aquella persona se encontraba fatal, con angustias, dolores y mareos. Le dije lo que había. Aceptó la visita. En la puerta esperaba Andrés con otros socialistas. Subió él, habló con el enfermo, y bajó en una media hora. 'Todo arreglado'. Y se fue a Murcia. Luego, aquel hombre se recuperó y llego a ser alcalde, consejero y más cosas.

En las primeras legislaturas -en algunos ayuntamientos, solo en la primera- era bastante normal que un alcalde saliera camino de su despacho y que en la puerta de su casa hubiera una o varias personas esperándolo para exponerle un problema, a menudo, que le afectaba a ese vecino únicamente y no a un colectivo: 'La farola de la calle no deja dormir a mi hijo porque 'resplandece' mucho', le oí a un vecino decirle a su alcalde en la puerta de su casa donde lo estaba esperando, mientras que el edil lo escuchaba con mucha atención, y decía: 'Vale, Paco, voy a ver si se puede hacer algo'.

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En la primera legislatura un diputado dijo en un discurso en la Asamblea Regional que las actuaciones de los alcaldes dependían de la 'indiosingracia' de cada uno. Y otro explicó que 'la perra de la Reina' se llamaba Ropi, o algo así.

Habría para escribir un libro, pero tampoco es eso. Lo que sí puedo decirles es que aquella titubeante política murciana encontró el camino para normalizar la vida de los ciudadanos, y que nosotros, el pueblo, aprendimos a vivir de esta nueva forma, tan distinta a la etapa anterior, sobre todo para los que llevábamos ya más de 30 años de Franco en nuestras vidas, que no fue moco de pavo. En los ayuntamientos, y en todas partes, había gente de extrema derecha, derecha, centro, centro-izquierda, izquierda pura y aún más, pero aprendieron a estar juntos, a respetarse, a disimular un poco sus extremos y a tratar de convivir. Y lo consiguieron porque se deseaba realmente vivir en democracia. A ver si algunos de los de hoy toman nota.