Clara Bow, Jean Harlow o Mae Westfueron algunas de las primeras estrellas de Hollywood en entregarse al encanto y la provocación de la lencería fina. Tocadores en habitaciones de lujo y la insinuación como arma infalible por encima de la exhibición pura y dura inmortalizaron para siempre una sensualidad de cine que ahora, con la fuerza del selfie y el belfie (fotografiarse el propio cuerpo), cotiza al alza, al menos en las redes sociales.

Ellas eran estrellas y se debían a su público. Las demás, las mujeres anónimas, han hecho su propio recorrido hasta encontrar el gusto a los encantos del encaje.

En Europa hace tiempo que el boudoir (literalmente tocador, pero también género fotográfico en que predomina la sensualidad) tiene sus intérpretes avanzadas, de hecho el género suma más de medio siglo de historia, mientras en Estados Unidos la tendencia es relativamente reciente.

Entre series como Los ángeles de Charlie y las películas de James Bond, los 70 impulsaron la imagen de mujeres explosivas y sensuales en ropa íntima. Sucedía en la gran y la pequeña pantalla pero todavía tendría que pasar mucho tiempo para que el boom llegara a la intimidad americana. El vuelco sexy puede atribuirse al surgimiento de firmas como Wonderbra y su famoso push up, que era más de cara a la galería que verdadero goce íntimo.

Ese ya mítico “Mírame a los ojos” con que la modelo Eva Herzigova dejaba a todos sin aliento hace ya 20 años, hizo que en Europa las mujeres maximizaran el cuidado de su aspecto interior (sobre todo españolas e italianas, no así las alemanas y las suecas). En Estados Unidos, sin embargo, mantuvieron su apego a estrategias más prácticas que sexis hasta que llegó el éxito de Victoria’s Secret y sus sugerentes ángeles, que viven como estrellas de cine.

Esta firma irrumpió en 1977 como resultado de la timidez de un hombre, Roy Ramond, un alumno de la escuela de negocios de Stanford que habría declarado que se decidió a poner fin a la vergüenza que sentía cada vez que iba a comprar lencería para su pareja. Así fue como resolvió pedir un préstamo de 40.000 dólares al banco y una suma igual a conocidos para abrir su primera tienda en Standford y complementarla con la venta por correo.

Ramond vendió la empresa cinco años después y fue su compradora, The Limited, la firma que consiguió convertir esa marca en la cadena de ropa interior más importante de Estados Unidos. Roy Ramond no se lo tomó nada bien. Acabó suicidándose en el Golden Gate de San Francisco. Ponía así fin a su existencia pero no a un boom de la lencería que va a más gracias a las redes sociales, donde el máximo cuidado de los detalles contribuye a acumularlos likes y a saciar las vanidades de las internautas.

Una exaltación de lo sexy a la que ha contribuido la aparición de firmas low cost que hacen la sensualidad más asequible. “El gusto americano en ropa interior, por lo general, es mucho más práctico. Gustan las líneas puras y sin complicaciones, los materiales fáciles de cuidar”, reconoce Nuria Sardá, responsable de la firma Andrés Sardá, que tiene fans tan diversas como Julianne Moore, Carla Bruni o Lady Gaga, quien se fotografió el pasado mes de julio en su avión privado con un mono lencero de la colección First Class.

Sin embargo, advierte Nuria Sardá que todo está cambiando muy deprisa, de modo que “en los últimos años, se ha popularizado también una ropa interior más femenina, más de moda y a bajo precio”. Para entender la evolución recuerda que “el sujetador surge como algo práctico y poco a poco se va sofisticando”.

“Con la revolución de la mujer de los años setenta, se intentó abolir, con lo que nació el sujetador invisible. Para muchas no era posible prescindir del sujetador y querían uno que no se notara. La revolución antisostenes marcó un momento histórico. Siempre la moda es un reflejo de lo que vive la sociedad, de su evolución, y la lencería es un clarísimo ejemplo”, señala.

Luego, la ropa interior volvió a feminizarse en Europa, y a mostrar gusto por el detalle, los materiales exclusivos, los encajes. “Sin embargo, la moda íntima, la que se salía del patrón clásico y funcional, a base de fantasía era un porcentaje muy pequeño. La mayoría de las mujeres se ceñían a un modelo que les iba bien, en blanco, nácar o nude.

Hoy en día, en Europa y Estados Unidos, la moda íntima abarca un mercado que busca tanto lo práctico, funcional y sin ornamentos, como lo sofisticado y a todos los niveles de precios y tallas”, resume Sardá. En Estados Unidos, además, marcan la diferencia tanto en tallaje como en shaper, prendas modeladoras como el famoso Wonderbra.

Como explica Roser Samon, de Promise, “el mercado americano exige gran amplitud de tallas y gran oferta de copas. En Europa, las mujeres comienzan a saber más sobre esto. No es sólo un tema estético, también es de salud”.

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