Es muy frecuente escuchar la frase «yo soy más de perros que de gatos» o «a mí los gatos no me gustan». Personas a las que teóricamente les gustan los animales y, sin embargo, los gatos no. ¿Qué ocurre con estos animales y qué características tiene esta especie para encontrarse con tantos detractores? Existen muchos mitos que circulan alrededor de ellos y que realmente lo que indican es un gran desconocimiento sobre estos animales, pero en este artículo nos vamos a centrar en la explicación a nivel psicológico de este fenómeno de rechazo hacia un animal tan maravilloso y especial.

Cuando otro ser vivo nos genera rechazo, generalmente está haciendo de espejo de nuestras carencias o cosas que pertenecen a nuestro interior, que queremos evitar porque nos generan malestar. Nos muestran cualidades que nosotros mismos no aceptamos y por eso lo expresamos en forma de rechazo hacia ese animal o persona. Esto es lo que suele suceder con los gatos. Vamos a analizar la diferencia entre las características psicológicas de un perro y las de un gato, por supuesto generalizando en términos de cómo entiende el carácter de ambos la sociedad.

El gato suele ser más independiente, más autónomo, con una personalidad más marcada, menos cariñoso en el sentido de estar continuamente pegado a su responsable, pero sobre todo son animales que eligen y deciden lo que quieren y necesitan en cada momento. Si lo que buscamos es un animal que siempre responda de la misma manera, independientemente de nuestra conducta y de sus necesidades, diremos que nos gustan más los perros. Pero si eres una persona capaz de adaptar tu afectividad y crear un vínculo con cada ser vivo, independientemente de lo que tú necesites o los huecos que quieras rellenar en tu vida con lo que ese animal te aporta, entonces te gustarán todos y cada uno de los animales por su esencia y no por las necesidades que crees (a veces de forma equivocada) que va a satisfacer.