Por las mañanas es el primero al que se puede ver esperar a la apertura de puertas de la residencia de personas de mayores de San Basilio de Murcia. Su día comienza dando un pequeño paseo por las inmediaciones para después regresar con sus compañeros, con los que comparte el día a día desde que hace 15 años llegara al centro.

Podría tratarse de cualquier persona pero, en este caso, estamos hablando de Tronco, el perro mestizo que ha conquistado los corazones de residentes y empleados. Su historia se remonta a hace unos quince años, cuando apareció por las instalaciones y los abuelos comenzaron a darle de comer y a cuidarlo, tal y como recuerda Rosario, una de las trabajadoras de la residencia. Por aquel entonces, la dirección del centro no permitió la presencia del can en el centro y fue llevado a la perrera municipal con el pretexto de que iba a ser vacunado. Pasaron los días y los residentes se mostraban preocupados por el paradero de Tronco, por lo que Diego y Pilar, dos empleados de la residencia, acudieron a la perrera para interesarse por el perro, el cual iba a ser sacrificado en pocos días. Los abuelos y trabajadores presionaron a la dirección para que Tronco volviera, hasta el punto de «amenazar con que no iban a comer nada hasta que el perro regresara a la residencia», recuerda Teo, otra empleada.

Dicho y hecho, Tronco volvió a entrar por las puertas de este centro ubicado en el barrio de San Basilio de Murcia. Para ello, uno de los residentes, Francisco Hernández Mata, lo adoptó y, desde entonces ha sido su sombra y casi la de cada una de las personas mayores que residen en el centro. Tronco es uno más y cuenta con su lugar para descansar y dormir, y para comer, aunque no es raro ver cómo los abuelos aprovechan cualquier momento para saciar el apetito del can con «algún regalito». Hace unos cinco años el dueño de Tronco falleció. Cuando Francisco enfermó su fiel amigo consiguió el permiso para acceder a su habitación y hacerle compañía en sus últimos días de vida, después de permanecer ante la puerta del ascensor de la residencia esperando ver a aparecer a su dueño.

Con la partida de Francisco, Tronco no se quedó solo, pues, para entonces, no solo tenía un dueño, porque cada miembro de esta comunidad se sentía un poco responsable de esta cariñosa mascota. Que Tronco es fiel se ha demostrado en sobradas ocasiones, pero este perro mestizo también es el guardián de los abuelos. De hecho, tal y como destacan los empleados, cuando se ha realizado alguna excursión con los residentes el perro era uno más. «Estaba pendiente de todos y cuando algún abuelo se desviaba, Tronco comenzaba a ladrar para avisarnos», asegura Teo. Es dueño y señor de las instalaciones, permitido y consentido por todos. Así, no es raro que «si entra una persona que no conoce o si algún familiar que él no tiene controlado coge una silla de ruedas para trasladar o pasear a algún residente, Tronco se pone delante y comienza a ladrar, no vaya a ser que se lleven a sus abuelos», comenta Rosario, quien habla con tremendo cariño del perro, al igual que Teo, quien actualmente se encarga de los cuidados que necesita el can.

En realidad, todos ponen su granito de arena para que Tronco esté bien y no le falte de nada, pero, ¿quién hace frente a estos gastos? En la recepción de la residencia de San Basilio hay una hucha con el nombre de Tronco, «ahí los empleados y residentes vamos poniendo el dinero que podemos», explica a La Opinión Teo. Con este dinero, Tronco dispone de comida, vacunas y cuidados necesarios como, por ejemplo, un buen baño de vez en cuando, para lo que es trasladado al veterinario. Tronco vive como un rey, no le falta de nada, ni lo más importante: el cariño de las personas que para él son su gran familia. El perro ya es mayor, como sus compañeros de batallas diarias, pero está en su salsa. Tronco es toda una institución en la residencia y da mucho a los residentes. De hecho, Encarna, que tiene 103 años, baja a diario al patio y lo primero que suele pedir es que le lleven a Tronco para tenerlo un rato en su regazo, tal y como cuenta Teo.

Sin duda, un ejemplo más de lo que supone este pequeño perro para los abuelos de San Basilio.