Es una de esas presencias catódicas que se echan de menos cuando hacen un parón, obligado o no, en sus carreras, para dedicarse a otros menesteres. Por ejemplo, el de escribir novelas. Ella lo hace, generalmente, a cuatro manos con su marido, el periodista Juan del Val, "aunque esto no quiere decir que él defienda a los personajes masculinos y yo a los femeninos; de hecho, puede suceder lo contrario".

"Lo inevitable del amor" es el último título de esta pareja, y en él la protagonista es una mujer acomodada y de profesión liberal "muy de su tiempo, porque, afortunadamente, cada vez hay más mujeres que van a la par con su tiempo", que parece que lo tiene todo, cuando no hay nada más lejos de la realidad.

Para ella, que avanza que tanto para seducir como para ser seducida hace falta "mirar y que te miren bien", lo inevitable del amor es el amor en sí mismo. "Cuando se quiere de verdad, se quiere de forma incondicional, no podemos desactivar el interruptor que decide si queremos o no, y cuando se está enamorado, no se puede evitar querer".

No parece que la convivencia, némesis de tantas parejas, sea motivo de preocupación para ella, porque la ha extendido con éxito al terreno profesional. "Pero no tiene tanto misterio, porque los dos procuramos lo mismo. Nos dividimos el tiempo, lo exprimimos al máximo, imprimiendo calidad a ese tiempo que pasas con los tuyos y haciendo encaje de bolillos para llegar a todo. Es cuestión de esfuerzo y, la mayoría de las veces, de encontrar un punto de equilibrio o consenso".

Le habría gustado haber sido del otro sexo "por lo menos un ratito", aunque de los hombres sólo envidia "que son un poco más pragmáticos. Tampoco entiendo muy bien esa envidia que dicen sentir algunos de ellos hacia nosotras por el hecho de ser madres. Yo creo que la maternidad y la paternidad es lo mismo, la única diferencia es el embarazo. Y a mí el embarazo no me gusta, no creo que haya nada que envidiar a esos nueve meses con incomodidades".

Las diferencias entre los sexos, en materia de sentimientos o de modos de encarar la vida, las sitúa en otros terrenos. "Cada persona es un mundo. No quiero decir que el hombre sea simple, pero nosotras somos más complejas en general. Y quizá tendemos al reproche más que ellos. En cualquier caso, cuando alguien dice que no entiende a las mujeres, yo me sumo. Yo tampoco nos entiendo".

También es consciente de la diferencia con que la sociedad acepta el paso del tiempo en uno y otro sexo. Ella planta batalla al respecto. "Nosotras tenemos mucha más presión social -asegura-. A un hombre, los años y las canas le convierten en maduro interesante. A una mujer, todo lo contrario. Se potencia la juventud, la tersura, la belleza femenina, y eso hace que la mujer no quiera envejecer. Pero creo que esto lo vamos a cambiar entre todas, porque ya está bien".

Piensa que emplear "armas de mujer" para triunfar es algo "que existe, pero es peligroso porque, aunque todo el mundo muestra lo mejor de sí mismo para potenciarse, y eso es absolutamente lícito, si todo lo basas en las armas de mujer, es realmente muy cutre. Lo que pasa es que hay hombres a los que les asustan las mujeres que juegan en sus mismos terrenos de igual a igual".

Son, generalmente, varones prepotentes a los que, avisa, "no puedo soportar". Su tipo de hombre es muy diferente. "El ideal es valiente, decidido, con talento, con mucho sentido del humor y que se muera por mí", apunta divertida.

También disfruta de sus amigos porque no considera en absoluto que la amistad entre un hombre y una mujer sea imposible, por más que la protagonista de su última novela acabe confesando que se ha terminado acostando con todos sus amigos. "Bueno, eso se produce en la ficción, y en algunos casos podrá ser real o no. Para mí, la amistad, sin otro tipo de componente, entre un hombre y una mujer es absolutamente factible, y además muy recomendable. Aunque yo tengo más amistad con mujeres porque me parecen más interesantes y lo paso mejor con ellas. Esa es la realidad y no otra", subraya.