Los cuentos de hadas no siempre tienen un final feliz. El periodista Jaime Peñafiel muestra en "Mis divorcios reales" el reverso de la moneda que había lanzado al aire editorial con "Mis bodas reales": de 50 matrimonios, 23 salieron mal. Los duques de Lugo, los Grimaldi, los Windsor, son algunos de los fiascos más sonados. La obra de Peñafiel llega en un momento complicado para la Familia Real española por culpa del escándalo de Iñaki Urdangarín y de la polémica que envolvió al Rey Juan Carlos por su accidentado safari africano y los rumores sobre su amiga Corinna zu SaynWittgenstein.

Peñafiel habla claramente de que si bien la Reina Sofía sigue "locamente enamorada" de su marido, éste se divorciaría si pudiera. No son los protagonistas del libro porque no se trata de un divorcio real, pero el periodista dedica a su compleja relación algunas observaciones que cotizan al alza en la actualidad.

Recuerda Peñafiel que "no una, sino varias han sido las veces que la Reina doña Sofía ha manifestado su opinión sin reservas ni fisuras sobre el amor y el matrimonio. Al ser preguntada por Pilar Urbano sobre el futuro sentimental de sus hijos, respondió: "Mis hijos se casarán con quienes deseen.Y yo siempre estaré de acuerdo si ello supone su felicidad". No tenía más remedio. Pero aún hay más. En el año 1973, en el transcurso de un viaje oficial al extranjero siendo don Juan Carlos todavía príncipe de España, nos manifestó a un grupo de periodistas que le acompañábamos en el avión que era partidaria del divorcio, porque "el matrimonio sólo tiene razón de ser mientras lo sustenta el amor".

¿Quién iba a pensar entonces que años después lo experimentaría en su propia familia con el divorcio de su hija la Infanta Elena y Jaime de Marichalar y el matrimonio de su hijo y heredero con una divorciada? Yesto lo decía en pleno franquismo, cuando en este país el divorcio era una entelequia condenable por el municipio, la familia y el sindicato".

Casarse por amor, "una frivolidad"

¿Y qué piensa Peñafiel de las bodas por amor? "En una dura polémica con un periodista monárquico de toda la vida y viejo amigo como es Antonio Burgos, más partidario de la teoría del gitano pa´ la gitana que del gitano con la paya, él mantenía la tesis de que el Príncipe Felipe debía casarse con una princesa real, de las muchas señoritas que había en toda Europa. Porque eso suponía, según él, la estabilidad en la institución y el reforzamiento de la Monarquía. Lo único que se me ocurrió decir es que al impedir que el Príncipe Felipe se casara enamorado siempre se corría el riesgo del que hablaba Oscar Wilder: que la felicidad de un hombre o una mujer no dependan nunca de la mujer o el hombre con el que no se pudieron casar. El de la princesa María Gabriela de Saboya y el príncipe Juan Carlos, y el de la princesa Margarita de Inglaterra y el coronel Peter Towsend son dos elocuentes ejemplos".

O sea: "Los resultados de esta frivolidad de casarse por amor son que un alto porcentaje de estas cincuenta bodas ha acabado en divorcios. Un porcentaje superior al que actualmente se produce en la sociedad". El 14 de mayo de 1962 se celebró en Atenas la boda de la princesa Sofía con don Juan Carlos. Moviola de Peñafiel: "Todas las fotografías en las que aparecía el jefe de la Familia Real española fueron censuradas. Y como el general (Franco) era muy católico, también las de la ceremonia ortodoxa. Las que se publicaron las realizó este periodista (...). Logré, incluso, introducirme en la catedral metropolitana ortodoxa de Atenas, vetada a la prensa española (...), disfrazado de sacerdote". Fue el "triste final" de una relación amorosa, "no sólo de la princesa griega, casi en vísperas de anunciarse un compromiso con el príncipe Harald de Noruega, sino también la del príncipe español con la princesa italiana María Gabriela de Saboya, su primer y gran amor".

La ruptura de este "apasionado noviazgo" fue por "razones de Estado" de Franco, quien, "consciente de que el Estado era él, impuso su voluntad simple y sencillamente porque la princesa italiana, hija del rey Humberto, no le gustaba. Los motivos: era excesivamente libre y tenía ideas demasiado modernas". La intromisión en la vida privada del entonces cadete Borbón, subraya Peñafiel, "suponía un atropello a la libertad y a los sentimientos del príncipe. Tanto por parte del dictador como del director de la Academia General Militar de Zaragoza, quien pidió a Juan Carlos que quitara la

fotografía de su novia de la mesilla de noche. El generalísimo podría disgustarse en caso de que viniera a hacer una visita". El general Martínez Campos, duque de la Torre y preceptor impuesto por Franco, también le hizo saber al hoy Rey de España que debía dejar incluso de telefonear a la princesa de Saboya".

La periodista francesa Françoise Laot escribió: "Juanito no tiene intención de desobedecer y se somete sin rebelarse". Años después, ya casado con Sofía, admitió a esa misma periodista: "Hubiera podido, en verdad, casarme con María Gabriela". Al hilo de la historia, Peñafiel se entristece: "Pensando en estos primeros amores de los hoy Reyes de España, en las primeras decepciones y en todo lo que ha sucedido después, no puedo sino reflexionar sobre lo triste que resulta que la felicidad de un hombre y de una mujer puedan depender, con el paso de los años, de no haberse casado con la mujer y el hombre que amaban. Como sólo se ama a ese primer amor". Preguntas que no admiten respuesta: "¿Hubieran sido más felices Sofía y Juan Carlos de haberse casado ella con Harald y él con María Gabriela?, preguntaba yo en mi libro Retrato de un matrimonio. Doña Sofía, tal vez no. Su gran tragedia es que sigue locamente enamorada de su marido. Don Juan Carlos, rotundamente sí: hubiera sido mucho más feliz. Aunque la Reina está dotada de cualidades de las que carecía la princesa de Saboya". Al referirse a Felipe de Edimburgo ("consciente de que su obligación más importante era depositar su semen en la vagina de su majestad"), Peñafiel saca a colación al Rey español: "Uno no puede por menos que preguntarse: ¿desde cuándo dejaron de dormir con la esposa?, ¿en qué año, mes y día tuvieron sus propios dormitorios?, ¿cuándo el Rey y el consorte dejaron de acostarse con la reina?".

Desde la admiración, Peñafiel concluye: "Qué gran ejemplo para el Príncipe Felipe la actitud de su padre, que antepuso siempre sus obligaciones a sus devociones. Incluso en la época en que estaba a la espera de su destino. Lo del Trono de España era en aquella época un sueño casi imposible, una utopía". ¿Habrá un divorcio tras el escándalo de Iñaki Urdangarín? Peñafiel no sabe, pero contesta: "Ignoro hasta dónde aguantarán. No sólo él, sino también ella. Cierto es que cuando se contrae matrimonio se acepta, al menos ese día, quererse en la salud y en la enfermedad, en la suerte y en la desgracia, pero sobre todo en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte o el divorcio los separe". "Concediendo a (la Infanta) Cristina el beneficio, que no perjuicio, de la duda, y, sobre todo, la presunción de su inocencia", Peñafiel sospecha que "el escándalo, a la larga, podría afectar a la relación de la pareja. Como el ictus de Marichalar a su matrimonio con la Infanta Elena. Después de su enfermedad, nada fue ya igual. La mutua agresividad se apoderó de ellos con constantes reproches. De lo que hiciste..., de lo que dejaste de hacer...".

Nadie ha puesto en duda, y Peñafiel tampoco, "que la boda de los duques de Palma fuera por amor, un gran amor. ¿Le impidió esto sospechar que el enriquecimiento de su marido fuera ilegal? (...). Nunca en la historia de la Monarquía española se ha visto a una Infanta de España tan humillada. Es de desear que este ´ictus´ empresarial no acabe con el matrimonio. Sería la tercera vez que tal cosa sucediera en la Monarquía española. La primera vez, en 1900, cuando la infanta Eulalia de Borbón, hija de la Reina Isabel, decidió divorciarse de su esposo, Antonio de Orleans". "¿Habrá un tercer divorcio tras el ´escándalo Urdangarín´? Posiblemente al Rey no le importaría tanto ver a su hija divorciada (sería la segunda, y si él pudiera también lo haría) que imputada y como tal declarando ante el juez (...). Si la mancha de la mora con otra mora se quita, un fracaso matrimonial con otro matrimonio se olvida. Por el contrario, una imputación penal marcará siempre de por vida".