Era la edad dorada americana y el crac del 29 ni se sospechaba. El ferrocarril se extendía sin freno. Crecían las fábricas, los bancos, las minas, y la agricultura extensiva seguía su conquista hacia el oeste. Los nuevos muy ricos tenían los medios para disfrutar de viajes largos por Europa. Los grandes palacios, las villas italianas, los castillos y las suntuosas fincas campestres del Viejo Continente les causaron un gran impacto y comenzaron a recrearlas a su regreso a Estados Unidos. Querían ser la nueva realeza americana. George Washington Vanderbilt II no tenía entre sus preocupaciones el dinero. Su familia había amasado una inmensa fortuna con los barcos de vapor, el ferrocarril y varias empresas comerciales, que administraban sus hermanos, mientras él se dedicaba a viajar, a coleccionar arte y a filosofar.

En 1888, cuando tenía 26 años, decidió construir en Asheville (Carolina del Norte) la que es hasta el momento la mansión privada más grande de Estados Unidos, Biltmore House. La construcción se acabó en 1895 e imita los castillos franceses del Loira. La casa principal suma 250 estancias y la propiedad llegó a tener casi 60.000 hectáreas, que hoy son algo más de 3.000 tras sucesivas ventas para hacer un parque estatal.

La mansión, aún propiedad de la familia Vanderbilt, ofrece alojamiento en el edificio principal (desde 269 $, unos 215 €) o en la antigua casa del jardinero, y se puede visitar durante el día (la entrada vale unos 47 euros). Cuenta también con bodega y spa.