Un gran ventanal trapezoidal cierra la testa de esta casa y la aísla térmicamente del imponente entorno del Valle de Arán. Es un proyecto de Eduardo Cadaval y Clara Solà-Morales, que rehabilitaron una antigua borda -como se denomina a la cuadra de animales en el Pirineo catalán-, aferrada a la ladera de la montaña, imaginándola como un privilegiado mirador a cubierto sobre el espléndido paisaje.

"El proyecto -explican los arquitectos- busca recuperar los valores constructivos de la borda, que estaba en ruinas, edificada con piedra seca, una técnica tradicional de la zona. Sin embargo, sus características inherentes -solidez, mínimas aperturas, oscuridad...- negaban el espectacular entorno". De ahí el gran acristalamiento lateral y los dos ventanales corridos vinculados a la cubierta que la recorren la edifi cación longitudinalmente.

Una de las piezas clave del proyecto es precisamente el nuevo tejado -el anterior estaba en pésimo estado-, que Cadaval y Solà-Morales diseñaron con suma minuciosidad. Se trata de una gran cubierta asimétrica con dos vertientes que no llegan a tocarse en su intersección y dejan una llaga abierta (protegida con vidrio) que permite ver la montaña trasera. En la cara opuesta, el faldón del tejado no se apoya directamente sobre el muro de piedra y da lugar a una segunda llaga longitudinal, que procura vistas sobre el valle.

El singular techado da también carácter al interior de la planta superior, donde están las estancias principales. Con su perfil, que en su punto más alto alcanza los cinco metros, imprime a la casa una fisonomía de espacioso refugio contemporáneo. Los distintos volúmenes pintados marcan las zonas de aguas y servicios y son a la vez estructura y divisoria espacial.

No es casual la posición privilegiada de la cocina, en primera línea frente al paisaje, porque los propietarios valoran esta dependencia como una de las principales en su cotidianidad. En invierno, simultanear la visión de la nieve con la preparación de una olla aranesa sin duda resulta muy placentero.