«Un ejemplo preclaro del universitario cabal, aquel que no solo realiza con entrega las tareas propias de la academia, como son la investigación y la docencia, sino que también siente la imperiosa necesidad de implicarse en todos los órdenes de la institución, con un compromiso total e incesante con ella, desde el pleno convencimiento de que una universidad mejor es posible». Así describe el jurado del Consejo Social de la Universidad de Murcia a Ramón Almela, catedrático emérito del departamento de Lengua Española y Lingüística, a quien ayer se le concedió el premio Rector Loustau al Espíritu Universitario y Valores Humanos.

Tras más de cuarenta años dedicados a una actividad académica y de gestión volcada en las necesidades de los miembros de la comunidad universitaria, Ramón Almela recibió ayer este reconocimiento al que califica de proclamación: «Se proclama que la Universidad debe realizar sus tareas básicas, que son la docencia y la investigación, con excelencia, desarrollando lo mejor que hay en el ser humano: mirar al otro con profundidad, buscar la equiparación de derechos, atender más a quienes más lo necesitan, perseguir la justeza en las relaciones sociales, llenarse de generosidad, etc.».

Entre su legado destaca haber establecido las becas sociales, el Servicio de Voluntariado o el Centro de Estudio Universitario sobre la Mujer

Tras jubilarse en 2010, Almela continuó durante dos años más impartiendo clases y como Coordinador de Lengua Española en la Selectividad. Además, da cursos de ortografía presenciales y en línea, ha escrito un manual de ortografía, disponible en papel y en la web de la Universidad, elaborado una investigación sobre la única teoría de las adivinanzas existente hasta la fecha en el mundo, y organizado la Asociación de Jubilados de la Universidad de Murcia. En la actualidad, prepara su segunda tesis doctoral, «lo que me convierte de nuevo en alumno», afirma el catedrático emérito.

El camino para una universidad mejor pasa por «enseñar con pericia y amor, investigar con rigor y gestionar pensando en el bien común», indica Almela, quien también sostiene que «la Universidad ha de ser no un modelo (pues hay varios modelos), sino un ejemplo de bien hacer, de trabajo, de respeto y de empatía social. La abundante basura social existente no ha de salpicar a la Universidad, que debe alejar el egoísmo, no solo el individual, sino también el de grupo y el de institución».

Desde la institución académica se le considera una figura decisiva para la modernización de los servicios a la comunidad universitaria y de los canales de participación y representación estudiantil, algo que queda patente si reparamos en su legado: estableció las becas sociales, el Servicio de Voluntariado, el Centro de Estudios Universitario sobre la Mujer, las aulas abiertas para estudiar de noche y los días festivos, y un programa de convivencia intergeneracional, entre otros servicios.

En el ámbito universitario ha realizado tareas ligadas con la docencia, la investigación y la gestión, y confiesa haber disfrutado enormemente con las tres: «Cuando entraba a clase se me olvidaba todo lo demás: mi cabeza y mi corazón estaban plenamente con aquellos alumnos que tenía delante. La investigación me la planteaba tratando de encontrar los distintos flancos mejorables de las teorías tradicionales o los aspectos menos atendidos; me encantaba proponer a la comunidad científica conclusiones que aumentaran los conocimientos. La gestión la concebí como la propia de mi familia: colaboración con los implicados, eficacia en las decisiones y sobriedad en los gastos».

Aunando docencia e innovación

La labor docente de Ramón Almela estuvo claramente marcada por una innovación con la que trataba de profundizar en el qué y mejorar el cómo. «Procuraba que el contenido de los programas fuera lo más auténtico posible, con base científica sólida. Como métodos, intenté que los alumnos aprendieran por ellos mismos; no me sentía como el que sabía y enseñaba a ignorantes», explica el reciente ganador del premio Rector Loustau.

«Con frecuencia realizaba diferentes cursos de pedagogía para aprender a hacerles aprender», recuerda quien nunca pidió a sus alumnos que se supieran de memoria los temas. «Siempre, siempre, en los exámenes podían disponer de todos los libros que quisieran, incluso podían utilizar el ordenador en los últimos años. Y es que lo que les preguntaba no era lo que se decía en tal o cual libro, sino lo que ellos opinaban y por qué opinaban así», concluye Ramón Almela.