Nos encontramos, al consultar las actas capitulares de la ciudad de Murcia, con una gran cantidad de crímenes durante el siglo XVIII y posteriores, ya que en esos años se empezaron a contabilizar las muertes violentas. Cosa que antes no se hacía. No se trata de duelos o ajustes de cuentas de los llamados de ‘capa y espada’, que también quedan reflejados aquellos años, sino asesinatos y muertes violentas que, en muchos casos, se intentaron ocultar, dado que algunos de los protagonistas eran de noble cuna; pero, pese a ello, no escaparon a la acción de la Justicia.

Para empezar, nos hemos encontrado varios de los que hoy llamamos violencia de género o asesinatos machistas, que, a lo que parece, por desgracia son tan viejos como la humanidad. Estos son algunos de ellos. En 1701 un tal Francisco Fuentes, huertano del camino de Beniaján, dio muerte a su mujer prendiendo luego fuego a la barraca en la que vivían para borrar las huellas de su crimen. Unos años más tarde, en 1725, un gitano del arrabal de San Juan acaba con la vida de su mujer, que era paya, utilizando para ello una trincha de zapatero, de tal calibre que los justicias describen lo que se encontraron: «Utilizó el objeto con tan certera habilidad y crueldad que le echó fuera el mondongo y las tripas a la desgraciada». También encontramos algunos pasionales. Así, en 1777 y en Algezares, un primo de un tal Ramón García, que se casaba al mes siguiente, acaba con la vida de este, pues la novia lo había dejado a él para casarse con Ramón. El despechado los buscó una noche y, cuando acabaron su plática en la barraca de ella, esperó a su primo escondido entre unos naranjos y al pasar le asestó 25 puñaladas. Otro caso que tuvo gran repercusión en aquella Murcia del XVIII fue el cometido por José Cañas, de Alquerías. Enamorado de Serafina López y no siendo correspondido por ella, presa de los celos, la mató junto a su novio, José Martínez. Huyó el tal Cañas y se refugió con una partida de bandoleros en Sierra Morena. Pasados nueve años volvió a su tierra, pero, en lugar de quedarse en Alquerías, se marchó a Orihuela. Una noche fue sorprendido por la ronda nocturna y, al ser interrogado, se puso tan nervioso que acabó confesando sus crímenes perpetrados años antes. Fue juzgado y murió en la horca.

Sin duda, el crimen más comentado en Murcia, y que tuvo gran repercusión en la Corte, fue el que se llamó ‘crimen de la lavativa’. Ocurrió en 1777, siendo el conde de Floridablanca consejero de Estado. El asesino fue don Joaquín Prieto, caballero de armas de Murcia y hombre que también practicaba la medicina, que mató a su sirvienta Joaquina. Parece ser, según se supo después, que la sirvienta había tenido amores con su señor, si bien nunca se supo si, incluso, había quedado embarazada tras aquellos encuentros. El caso fue que Joaquina andaba enferma y postrada en cama, y su señor le prescribió una lavativa para limpiar su estómago ante los frecuentes vómitos que esta padecía. La enferma aceptó el remedio que le ofrecían, y más viniendo de quien estaba enamorada. Pero el tal Joaquín Prieto cargó la jeringa con agua fuerte, que inyecto directamente por el ano a su sirvienta, que murió entre grandes dolores y convulsiones. Huyó, tras perpetrar su crimen, y se unió al séquito del conde de Floridablanca, que ya era consejero de Estado y marchaba hacia Madrid. Pidió unirse al grupo en su calidad de caballero de armas de Murcia. Confesó su crimen. Llegó, incluso, a pedir el amparo del conde. Pero no le sirvió de nada, ya que fue preso a la altura de Molina de Segura e ingresado en la cárcel real de Murcia. Sabedor que se pediría para él la pena de muerte, aprovechando un descuido de los carceleros, se suicidó «rompiéndose las venas del brazo con una piedra de los muros y desangrándose».

Otro crimen muy comentado en la época ocurrió en 1767, cuando dieron muerte al racionero de la Catedral, don Francisco Hernández y Lisson, degollado al pie de una morera. Una cálida noche de septiembre, tras haber cenado con unos caballeros y una dama, Francisca Huete, y tras haber estado departiendo en tertulia durante largo rato al filo de la medianoche, frente al conocido como Huerto de Capuchinos de esta ciudad, fue asaltado por la espalda y le degollaron. Pese al gran revuelo social que se levantó tras el asesinato de este noble personaje de la Diócesis de Cartagena, jamás se supo quién y porque le asesinó aquella noche. Y ya, para finalizar esta relación de los crímenes más destacados del siglo XVIII, citaremos el del noble caballero don Miguel Escrich, a quien en 1787 abatieron de un tiro por la espalda aprovechando el momento en el que, el noble señor, se aliviaba la vejiga frente a su casa. Ocurrió en el mes de octubre, cuando volvía junto a su esposa después de haber tenido una tranquila cena en la casa de unas amistades. Tenía que ir, el pobre de don Miguel, tan apretado de vejiga que decidió aliviarse justo frente a su casa mientras, en el portal de la misma, le aguardaba su esposa. En ese momento, mientras orinaba, apareció otro hombre, envuelto en una gran capa, que le disparó por la espalda causándole la muerte en el acto. El asesino, según las actas capitulares, fue un tal Domingo Reyes, que debía una importante cantidad de dinero a la víctima, que no le había pagado, y estaba recibiendo amenazas para que hiciera frente a su deuda.