Once y media de la mañana del domingo 15 de enero. Los agentes de la Policía Local del retén de Benifaió, en Valencia, ven como un hombre ensangrentado cruza el umbral de las dependencias en las que hacen guardia. Repite varias veces una frase: «Creo que he matado a mi hija». Ante el cariz de la situación se ponen en contacto con la Guardia Civil de Almussafes y acuden de forma presta a la residencia del detenido. Tiran la puerta abajo. No es una tarea fácil, ya que se trata de un modelo equipado con una plancha metálica de protección.

Una vez dentro se encuentran a la pequeña -de casi tres años de edad- cubierta de sangre y llorando. La trasladan hasta dependencias sanitarias. Ha recibido dos cortes y debe ser atendida de urgencias en el hospital de la Ribera, en Alzira. Durante cuatro horas el personal sanitario lucha por mantenerla con vida. Al final, logran estabilizar sus constantes vitales y trasladarla a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de La Fe, en Valencia. Anoche se encontraba «estable dentro de la gravedad», tras lo sucedido.

La anterior secuencia de hechos resume lo acontecido ayer en la ciudad de Benifaió, una localidad perteneciente a la comarca de Ribera Alta con una población cercana a las 12.000 personas. Un municipio que fue ayer escenario de un duro episodio de violencia familiar, el primero del año. Un suceso que pudo acabar en una tragedia mucho mayor.

El autor confeso del parricidio en grado de tentativa es S. M., un hombre de nacionalidad griega y origen etíope, de complexión fuerte que, según los testimonios de los vecinos, vivía en un piso situado en la avenida Caixa d´Estalvis junto a otros «tres o cuatro varones extranjeros» y su hija.

El inmueble donde ocurrió el ataque se encuentra en una finca de fachada de tonos verdes, color que comparte con los edificios colindantes. En el buzón que identifica a la residencia solamente se encuentra el nombre del agresor como única seña. Su bici descansa fuera, al aire libre.

La puerta de acceso al piso donde todo ocurrió -ubicado en la última de las siete plantas- fue arrancada de cuajo y destrozada desde arriba por los agentes, que no dudaron en actuar para salvar a la pequeña. Una cinta de la Guardia Civil la cruza de parte a parte. Un tímido vistazo desde fuera deja entrever que hay signos de dejadez o violencia, con tubos fluorescentes destrozados por el suelo y un trozo de una estantería de yeso arrancada. El rellano está poblado por guantes de plástico, vendas y todo tipo de desechables sanitarios. No se ve rastro de sangre alguno.

No todos los vecinos quieren hablar. Algunos ni abren la puerta: «No los conocían de nada», explican de forma tímida. Otros residentes apuntan que la residencia estaba poblada por un número indeterminado de adultos y una pequeña en ocasiones: «Iban y venían, había por lo menos cuatro hombres extranjeros, casi todos eslavos. No eran problemáticos, sino que se socializaban muy poco. Conmigo solamente han cruzado algún "buenos días" y me han ayudado con las bolsas de compra que llevaba», comenta uno de los residentes tras prometer que no se desvelará su identidad. Otro de los vecinos sale tras escuchar la conversación y apunta que «yo he oído golpes pronto, sobre las once de la mañana. He salido y me han dicho que podría haber una niña herida. No he visto nada más».