Una escopeta repetidora de cartuchos fue el arma que arrancó de cuajo las vidas de tres jóvenes en diciembre de 1990 en Cieza. Juan Lorenzo Franco Collado, ´El Loren´, de 24 años; Andrés Panduro Jiménez, de 23, y Juan Carlos Rumbo Fernández, de tan sólo 19, eran acribillados a tiros, con nocturnidad, en la finca Charco Lentisco, a la que habían ido con la intención de torear una res con la complicidad de la Luna llena. Por este crimen, el ganadero Manuel Costa Abellán y uno de los hombres que trabajaban entonces para él, José Manuel Yepes, fueron condenados (cuatro años después del suceso) a 81 años de prisión cada uno. Costa murió en 2008. Yepes salió a la calle dos años antes, en 2006.

Sin embargo, pese al tiempo que ha pasado del conocido como ´crimen de los novilleros´, no son pocos los que sotienen, aun hoy en día, que alguien quedó impune de aquella masacre.

«Los detalles de lo que pasó aquella noche trágica en Charco Lentisco quedarán para siempre en la confusión más absoluta», escribe el periodista murciano Francisco Pérez Abellán, que recuerda que «para el fiscal y las acusaciones particulares, en la muerte de los tres novilleros debieron de participar dos tiradores y dos escopetas, porque es la única forma en la que se entiende que las víctimas permanecieran quietas, sin intentar escapar, pese a su complexión atlética y su buena forma física».

Pérez Abellán señala que los sospechosos «en una primera versión inculparon al menor Pedro Antonio Yepes, de 15 años, exento de responsabilidad criminal, que aceptó ante el juez ser el único culpable de las muertes, con lo que en teoría su hermano mayor (José Manuel) y el dueño de la finca habrían de quedar a salvo».

«Soy el Loren, por Dios»

«Incluso confeccionó un relato perfectamente argumentado en el que perseguía a los novilleros, les disparaba y acababa con ellos, tras haber recargado dos veces la escopeta de repetición. Pero después de algunos acontecimientos, y por consejo de su padre, cambió la declaración, inculpando directamente a Manuel Costa e incluso haciéndole responsable de haber terminado con la vida de uno de los tres maletillas», relata el periodista.

«No me tires. Soy el Loren, por Dios. Que me matas», contaba el adolescente Pedro Antonio que le decía uno de los novilleros, al que él conocía. Y no lo quiso matar, explicó entonces el chico, aunque se lo estuviese mandando su patrón: Manuel Costa, el dueño y señor de la finca. «Pedro, tírale», cuenta Pedro que le ordenó Costa. El chaval no hizo caso, y entonces el patrón «le arrebató la escopeta y disparó él mismo. Luego limpió el arma con un pañuelo y se la devolvió al muchacho», escribe Pérez Abellán.

«Aunque era convicción general que Pedro Antonio Yepes participó en los hechos, sobre éste no cayó todo el peso de la ley porque era menor de edad», asevera el periodista murciano.

Las víctimas, novilleros de la Escuela Taurina de Albacete, recibieron sepultura en su tierra natal, en la vecina provincia manchega.

El crimen de los novilleros ya ha prescrito: lo hizo en 2010, al cumplirse dos décadas del suceso.

«La libertad le ensanchó el corazón»

«Manuel Costa era un empresario papelero que tuvo el sueño de ser cacique del toro y tener hierro propio, el campo le tuvo de advenedizo y no le enseñó su ley inexorable. La justicia de los hombres le condenó a 81 años de ver lunas a través de los ventanucos de la cárcel de Sangonera, pero solo cumplió trece por portarse bien», escribe Martín Olmos sobre el suceso de Charco Lentisco. «La libertad le ensanchó el corazón, quizás demasiado, y se murió de un infarto poco tiempo después», añade.

En 2011, el nombre de José Manuel Yepes volvía a ocupar un espacio en la crónica negra de la Región: en esta ocasión, era detenido por la Guardia Civil por la presunta agresión a un empresario de Abarán, Valentín S., que, a su vez, también era arrestado.