«Se ha muerto, se murió hace ya muchos años. Cuando salió de la cárcel, fue a buscar dónde vivía yo. Fue al Ayuntamiento a preguntar. Me escribió una carta, dicen, pero no me la dieron y no le contesté. Yo sé que se murió en Barcelona, que estaba casado y que tenía un hijo».

Así recuerda Francisca, vecina de Murcia, al que fuera su novio de juventud, Julio López Piqueras. La relación se truncó después de que él fuese detenido y condenado por estrangular hasta la muerte a Antonia Hervás Robles, a cuyo negocio, en la popular avenida de Teniente Flomesta, había entrado con intención de robar.

«Era muy buena persona», dice, todavía hoy Francisca, aunque tiene claro que el hombre, sastre de profesión, «mató a la mujer, la mató para robarle».

«Eso es que la pilló 'descuidá'. Si no, tiene narices de matarlo ella a él», recuerda Alfonso, sobrino de Francisca, que se comentaba en su familia, cuando ocurrió el crimen, allá por el año 1957. También rememora que él, que era entonces un niño, paseaba con su padre cuando se cruzaron «por El Castillejo» con López Piqueras. «Lo vimos con gafas de sol, y es que iba hecho un Cristo: con la cara llena de arañazos. Porque la estanquera se había defendido», señala.

El suceso acontecía sobre las siete y media de la mañana de un martes de 1957. Antonia, como sabían todos la que la conocían, tenía la costumbre de, cada mañana, acercar una silla a un vendedor de periódicos, ciego, que se solía poner al lado del río. La mujer cruzaba y se quedaba un ratico hablando con el hombre. Quien también sabía de esa rutina era López Piqueras, que aprovechó, cuando vio que Antonia salía, para entrar a la casa, que comunicaba con el estanco que regentaba la señora.

Según se recoge en la crónica de la época, Julio López Piqueras, una vez en la vivienda de la mujer, «abrió un armario, del que se apropió de una bolsa que contenía la cantidad de 2.014 pesetas, en billetes de varias clases».

Sin embargo, dio la casualidad de que ese día el invidente que vendía periódicos no había acudido a su puesto habitual, junto al Segura, por lo que Antonia regresó a su casa antes de lo previsto. Y sorprendió al intruso.

Fue entonces, según se describe en un diario de 1957, cuando López Piqueras «propinó un fuerte puñetazo en la cabeza, por la espalda, a la estanquera, que se volvió rápidamente, tratando de defenderse. Y se entabló una lucha entre ambos, con la natural desventaja para la anciana (sí, el periódico de la época llama 'anciana a una mujer de 67 años), que recibió varios golpes del criminal en la cabeza y cara, siendo luego estrellada contra la pared, tras apretarle fuertemente el cuello hasta estrangularla».

Tras matar a la mujer, Julio López Piqueras se fue a su casa, donde escondió la bolsa con las 2.014 pesetas de botín. Primero la metió debajo del colchón, pero la idea no le convenció demasiado, porque, ya por la noche, escondió el dinero junto al cauce de una acequia. No lo escondió muy bien, dado que ya a la mañana siguiente encontraron la bolsa unos huertanos, que avisaron a la Guardia Civil. A los pocos días, agentes de la Brigada de Investigación Criminal arrestaban a López Piqueras, que tenía antecedentes por robos en Murcia y Barcelona.

Francisca admite que lo pasó muy mal. Tiempo después, inició otra relación. Al año siguiente del crimen, la Audiencia Provincial condenaba al sastre a tres décadas de reclusión y a indemnizar a los herederos de Antonia Hervás con 100.000 pesetas.