El diestro lorquino Paco Ureña tuvo que recurrir de nuevo a la versión épica del toreo para poder cortar así la única oreja de la corrida celebrada ayer, día de San Isidro, en la plaza de Las Ventas, que se llenó por primera vez en lo que va de feria.

Una tarde más, y ya van unas cuantas, se repitió la escena que parece identificar, como una imagen de marca, las actuaciones de Paco Ureña en Las Ventas: esa última vuelta al ruedo, con una oreja en la mano, el vestido tinto en sangre del toro y desaliñado por una nueva voltereta, y el rostro crispado por una mezcla de emociones, entre el sufrimiento y la alegría.

Porque de nuevo tuvo que recurrir Ureña a la versión que mejores resultados le ha grandejado en Madrid desde hace varias temporadas, la de una épica casi buscada, un arrojo dramático y recurrente cuando su toreo no acaba de fluir o de llegar al tendido. Y así sucedió también ayer después de que no llegara a macizar su faena al mejor toro de la corrida, un ejemplar muy atacado de carnes de Puerto de San Lorenzo, pero muy bajo de agujas y que acabó embistiendo mucho y por abajo a la muleta del lorquino.

Tardó un tiempo Ureña en cogerle el aire, hasta que mediado el trasteo se asentó y embraguetado, muy abierto el compás, se rebozó de toro en una vibrante serie de naturales. Se volcó en el embroque y cayó en la cara del quinto toro, que le pateó y le buscó sobre la arena, formando otra escena dramática que acabó por impresionar y convencer al público para que pidiera la oreja.